sábado, 28 de diciembre de 2013

Escuchó aquel lazo deslizarse.
El sonido del rojo al caer.

Sus cabezas se poblaron poco a poco. Al principio eran niños que creían en lo que no se debía creer, pero con el tiempo se les cubrió el pelo de pájaros, hasta que en el cielo sólo quedaron los buitres volando en círculos imperfectos. Al final, eran nubes de tormenta con miedo a creer.

Y el sol se acercaba al horizonte.
"¡Esconded a los niños!", resonaba como el grito de una mujer que nunca había visto el cielo.
Cuando los niños estaban a salvo, caía la noche en el páramo.

Y dejaban de verse los buitres. Se abría la veda. Había que salir del valle.

Pero según sus pies subían, torpes, por las paredes de roca, la nube de pájaros que protegía sus cabezas desaparecía.
Ella le miraba con el terror pintado en los ojos, y él musitaba algo sobre ganar la lotería.

Nunca llegaron arriba.
El lazo rojo que los unía fue arrastrado por el viento.
Él la vio caer, y ni siquiera estiró la mano para intentar alcanzarla.
Vio su cuerpo roto en el suelo, junto al muro de roca.
Vio cómo los buitres se cernían sobre ella. Y volvía a crecerle el pelo, como una nube de tormenta.


Yo es que a veces sueño en verso, y otras veces sueño en sueños.

martes, 17 de diciembre de 2013

[Acotación]

Qué difícil es a veces sentirse solo. Tanto que da igual la gente.

Y el fuego.
Oh, el fuego que sube y arrasa con todo, reduciéndote a cenizas grises. Que se traba en tu garganta y te impide respirar.

Sentir que caminas sobre una capa de hielo tan fina que quizás ya esté rota y no seas capaz de verla.

Entonces caes al agua.
Demasiado cansado para salir a respirar, no te das cuenta de que te ahogas hasta que ves cómo el hielo vuelve a formarse sobre ti. Cerrando la jaula.

El fuego en el esternón. El hielo en los pies. Y el océano tras los párpados.
Qué difícil es no dejarse morir.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Safe

I don't even think that you mind if I hate you.

And that only makes it worse.

I swear

But I try. I swear I do try.

Siempre he creído que al final la gente tiene lo que se merece, igual no por su buen corazón, a veces es sólo cuestión de inteligencia, astucia o de echarle mucha cara, pero al final, lo que tenemos es consecuencia de lo que sembramos.

Y yo no sé qué hago tan mal.

Supongo que sí soy tan horrible como pienso. Y por eso estoy sola. Tan irresponsable y tan vaga, tan mentirosa. Aunque lo niegue cuando me lo gritan.

Tengo lo que merezco. Y por eso no tengo nada.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Carpe Diem

Hay gente que cuando se acercan los exámenes se vuelve terriblemente idiota.

Estoy hasta los cojones de los textos cliché, del "Carpe Diem", de frases y citas de mierda.

No quiero vivir cada día. No necesito probarlo todo ni verlo todo. No creo que las cosas vayan a mejor, nunca lo han hecho.
No necesito que nadie me diga de qué tengo que disfrutar, cómo tengo que sufrir o cuánto tengo que sonreír.

Estoy harta de que generalicen de una manera tan vulgar. Que se supone que mi vida tiene que ser salir de fiesta, emborracharme y hacerme fotos que colgar en facebook, y con suerte acabar despertándome en la cama de un desconocido que por la noche era más guapo. Y yo no quiero tener una guía para vivir, no me gusta.
Igual que me parece horrible que mi vida tenga como fin el vivir más, simplemente. Una casa bonita, si puede ser, con jardín. Una pareja guapa, si puede ser, con amor. Unos hijos educados, si puede ser, para tener la misma vida que tenga yo.

Me parece horrible que la vida venga con manual de instrucciones.

No quiero vivir cada puto momento. Hay momentos de mierda y momentos aburridos, casi todos son así. Prefiero vivir acordándome de las cosas que me hicieron feliz aunque estén en el pasado que ahogándome en toda esta basura.
No, lo que hago hoy no me acerca a lo que quiero hacer mañana, no me acerca a mi sueño. Porque yo lo que que quiero hacer es morirme, dormir para siempre, y hoy de momento aún respiro.

Mi día a día no son amigos de siempre, amigos de verdad, o de esos que al final siempre están ahí. Ni siquiera es mi familia.
Porque nadie ha gastado nunca dos pensamientos seguidos en mí, y sigo sin merecer que lo hagan. Mi día a día es intentar no volver a dejar de intentarlo, aunque quiera. Y no hay nadie que lo sepa, nadie que se preocupe. Nadie que deba preocuparse.

Lo que dicen que se ha aprendido a los veinte, no recuerdo no haberlo sabido.

Idos al infierno con vuestras vidas de entrada de blog con foto en tonos sepias. Estoy hasta los cojones de gilipollas.

domingo, 1 de diciembre de 2013

¿CÓMO COÑO HE LLEGADO A SER ESTO?

Lying awake

Primero vino la soledad, después, el miedo.

"No recuerdo haber sido la mejor amiga de nadie desde que acabé el colegio. Te prometo que ya me he acostumbrado".

Odio la apatía. Ya no poder sentir nada, aunque antes no sintiese nada bueno. Antes podía creer que podía ser feliz, ahora no, ya sólo despunta el odio. No tengo más ganas de luchar, no me interesa ser feliz. Ya me da igual vivir.

Sólo espero que acabe pronto.

Necesito creer que, tras la muerte, no queda nada.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Psy

Ojalá pudiese ir al psicólogo con alguien. Alguien en quien confiase, que fuese como oyente, sólo para obligarme a decir la verdad. Más o menos.

Me da mucho miedo ir al psicólogo.
Por si me dicen que tengo algo.
Por si me dicen que no, que soy perfectamente normal.

Que me digan que soy normal (sólo un poco exageradamente dramática, sólo un poco demasiado desagradable como para que nadie quiera estar a mi lado), significaría que no hay nada que curar.

Que no hay manera de arreglarme.

Igual así es como soy yo, y este es mi estado normal. Igual esto es lo que está bien.
Quizás todo el mundo sienta las cosas igual que yo, y simplemente sea demasiado débil.

Prefiero vivir pensando que he renunciado a la opción de arreglarme que vivir sabiendo que así es como van a ser siempre las cosas. Que voy a vivir y voy a sentir siempre así. Que no me espera nada más.

Pero ojalá no tuviese que vivir siempre con ganas de dejar de hacerlo.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Nota mental.

Porque quién iba a pensar que el deseo era del color verde del cielo; 
que se escondía por las noches entre tus mantas,
por el día, en la curva de tu cintura.


Guárdate de los fantasmas que creen en el amor,
que te susurran y te atan las manos con mentiras a la espalda.
Aquí ya nadie es de verdad; y míranos, varaditas en este agujero.
Intentando seguir sin dejar de mirar nuestras propias pisadas.

No vuelvas a acercarte a un mago,
que son sólo ilusionistas a los que la profesión les viene ancha.
Quédate conmigo en el pozo, encerradas,
pero con las manos libres para fabricarnos las alas.

Que lo que yo quiero es que el cielo se nos quede pequeño
que los sueños no nos aten en corto.

No pueden esconder el mar,
no hay muros lo bastante altos.

Nadie ahí fuera merece ver este color.
Guárdalo y que sea sólo nuestro,
que sea lo que veamos cuando nos quedemos ciegas,
cuando nos acerquemos demasiado al sol.

Vamos a mandarlos a la mierda,
ya no bailaremos sus aguas,
no encenderemos su fuego ni daremos el viento para sus velas.

Que para saber que te quiero no necesito perderte.
Prefiero morir aquí contigo,
encerradas en el pozo,
soñando juntas que volamos por encima del cielo.

sábado, 19 de octubre de 2013

Como te mueras, te mato

Y yo que pensaba que el tiempo era eterno, que los principios y los finales no eran de verdad. ¿Existe un instante?
Que siempre he vivido sin saber ver más frontera que el viento que te empuja hacia el borde de los acantilados cuando te acercas demasiado. Así vivimos los idiotas, con la cabeza tres pasos por encima de las nubes cuando no traen lluvia.
Y hoy se me ha estropeado el bote de acuarela azul ultramarino.

A estas alturas, aún me cuesta acordarme de que tengo que olvidarte. De que te he mentido demasiado como para que sigas siendo real.
Y que sigo sin saber si tú te acuerdas de recordarme. Qué difícil es vivir sin telepatía, qué difícil cuando llevas a los pies atada la empatía, tirando siempre hacia el fondo, tan oscuro... ¿Quién quedará arriba, si consigo salir, para romper el hielo que se forma sobre mi cabeza? ¿Vendrás a romper el hielo violeta que nos separa?

Queríamos llegar a tocar el fondo azul del cielo, pero al parecer, tengo miedo a las alturas. Aunque prefiero caer que permanecer atada a esa nave que tira de mi hacia arriba. Por eso caigo. Una y otra vez.
¿Gritarás cuando veas mi cuerpo estrellarse contra el suelo?
Lo siento, no tenía el corazón preparado para la despresurización.

Que un día igual que hoy -quizás con más gente, quizás con menos nubes- una mujer de bata blanca me susurró que no me podía recetar maría.
La distancia a la felicidad, resumida en una nube de humo verde. ¿Y si soplo absenta, estaré a tu lado? Si sólo me basta una palabra para dejarlo todo y marcharme, sin maletas.
Como te mueras, te mato.
Pero luego pienso que cómo te voy a querer, si no te gustan los perros.

Ahora estoy estudiando, para fabricarme un corazón nuevo. Uno que no se rompa cuando aumente la diferencia de presión.Un corazón mecánico, que funcione siempre, que no se rompa...
... como el suyo.
Para caer sólo cuando caigas tú también.

¿Se me oxidará el corazón por respirar del mar, porque las lágrimas me caigan hacia adentro?
Quizás me pase la vida sudando agua con restos de metal; una pequeña partícula por cada grieta que intente abrirse paso a través de mi pecho, como ácido que cae desde el techo, cubriendo de negro la lámpara, goteando por todas partes. Ácido que corroe piel, carne y hueso, como una terrible tortura china; llenándome por dentro, desbordándose por mis costados.

Pero ya da igual, hace mucho que mis palabras carecen de línea de flote. Ahora se clavan como agujas en mi cuello, para intentar no morir ahogadas. Mientras esperan a que vengas a romper el hielo violeta. Mientras mi corazón de mentiras espera poder latir al ritmo del tuyo.


Subamos el volumen del miedo. 
Que se alce sobre las nubes de absenta...


domingo, 29 de septiembre de 2013

Punto de inflexión

"Nos encontramos de nuevo, como siempre, sin esperarlo.

A veces, cuando ya ni siquiera me acuerdo de ti, te veo parada en la calle, mirando a ninguna parte; cruzando una carretera, unos metros por delante de mí.
Antes solías quedarte embobada mirando las ventanas arboladas en Plaza de España. Ahora ya nunca sé dónde estás, hasta que de pronto, te cruzas en mi camino.

Ya no sé si intentas evitarme o me buscas, pero sé que me ves. Aunque me mires sólo de reojo, aunque esperes a que me aleje para girarte hacia mí.
Sabes que eso es suficiente para traerte de vuelta, para que vuelva a sentir todo tal y como era antes de que te fueses la última vez. Como cada vez.

Lo nuestro nunca ha funcionado; por terceras personas, o por nosotras mismas, nos acabamos perdiendo, buscándonos en calles tan grandes que es casi imposible que nos crucemos. Casi.
Pero al final nos encontramos, y vuelve a nacer la duda.
¿Y si esta vez, sí?
Si ahora es la buena, la definitiva.
Si ya no tengo que buscar tus ojos del color de la miel entre tantos miles nunca más, y puedo quedarme mirándolos para siempre.

Yo nunca puedo resistirme a ti. Ya lo sabes, y por eso regresas.
Me dejo la vida buscándome una vía de escape, para tener algo a lo que aferrarme cuando te plantes delante de mí, y de nuevo asegures que nunca vas a marcharte.
Pero ni ideas ni símbolos, nada vale. Sigo siendo sólo un pez idiota; ya no queda nadie que pueda protegerme.

Y por eso siempre ganas, porque siempre estoy sola.

¿Cómo puedo alejarte de mí, si no sé darme cuenta de que has vuelto hasta que ya es demasiado tarde?"


...Y así fue como aquella tarde les puse, a mis ganas de abandonar, nombre de mujer.
Que al menos si pierdo la guerra, habré ganado otra batalla.

martes, 17 de septiembre de 2013

Pants on fire

Cada noche me arrepiento de todo.

He mentido tanto que he acabado mintiendo verdades. 

Y me ahogo por dentro pensando en cómo contártelo. Cómo decirte que durante todo este tiempo te he estado engañando, porque necesitaba engañarme a mí. Que aún sigo ocultándonos la verdad a ambos.
Quiero decírtelo todo, quiero limpiarme de esto. Pero nunca es un buen momento para perderte.

Y me consuelo pensando que no será para siempre, que en no mucho tiempo te olvidarás de mí, desaparecerás, y entonces qué importarán las mentiras, qué importarán las verdades...
Pero en mi cabeza resuena esa idea: ¿Seguirías a mi lado de haber sido sincera?

Y yo nunca sé qué contestar.

Si alguna vez lees esto, por favor, perdóname.
Porque te conté todas las mentiras que quería que fuesen verdades.
Pero fuiste el único a quien conté todas esas verdades que desearía que hubiesen sido mentira.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

I talked, I talked...

Ojalá pudiese odiarte.
A veces creo tan firmemente que te lo mereces... pero luego los recuerdos de todo lo que me hiciste, de todo lo que lloré por ti, se mezclan con sonrisas y noches que no acaban, y empiezo a olvidar que tenía que olvidarte.
Ojalá pudiese odiarte y gritarte a la cara todo el daño que me hiciste, ojalá pudiese pensarte con rencor. Y que todas las lágrimas que fueron para ti, hubiesen sido de rabia.
Cruzarme contigo y alzar la barbilla;
"-¿Quién es ese chico? ¿Lo conoces?
 -Nadie. No es nadie".
Y seguiría mi camino sintiendo que dejo atrás un dulce reguero de color carmín.
Después de todo, de todos.
Después de nosotros...
Quisiera no querer saber nada de ti.

Ojalá pudiese odiarte,
por que no te imaginas cuánto me duele tu indiferencia.

domingo, 8 de septiembre de 2013

És de nit...

Aún no ha salido el sol.

Y la orquesta sigue resonando a nuestras espaldas, aunque ya nos hayamos cansado de bailar, aunque se hunda el barco.
¿Cuánto tiempo pasamos bailando cuando ya era de noche, cuando aún nos iluminaban las grandes arañas blancas? Y aún tras eso, pisándonos con cuidado sin ver.
Quizás ya nunca podamos dejar de bailar, y muramos como aquella bruja, destrozados sobre unos zapatos rojos.

Qué más da el color si ya no podemos verlo.
Si ya hemos dado tantas vueltas que no recordamos por qué lado del cielo desaparecían las estrellas, ni dónde están el suelo o el techo, ni cómo seguir en pie.
Si ya ni siquiera recordamos si bailar nos hacía felices.

Sigue oscuro, y ya nadie recuerda qué era lo que merecía la pena ver.

¿Cúando se va a acabar ésta noche?


martes, 25 de junio de 2013

Tranquilizantes

Cómo cansa aguantar las ganas de morirse.

No, no hay ganas. Ya no queremos morir, ¿verdad?
Eso es.
Puede que no tengamos ganas de vivir, pero eso no significa que necesitemos morirnos.
Ahora no.

Sólo 11 días más.

Le demostraremos a esa zorra que está equivocada.
Que somos mucho más. Mucho más fuertes. Mucho peores.
Podemos buscar la muerte sin sus teorías de mierda.
Podemos vivir sin estar sedados.

Y aún podríamos vivir si todo se derrumbase.
Pero nunca se derrumba.
No necesitamos vivir si no hay que sobrevivir.

Pero podemos hacerlo. La haremos tragarse sus palabras y dos cajas sin empezar de tranquilizantes.
Y le demostraremos que en sólo unos meses volveremos a buscar nuestra sangre con desesperación.

No creo que estemos locos. No lo suficiente.
Pero podemos perder la cabeza por orgullo.

Ojalá esa zorra la perdiese también

domingo, 16 de junio de 2013

Un poco.

A veces echo un poco de menos tu olor sobre mi almohada.

Eras todo hielo. Eso te gustaba pensar, y hacerme creer.
Quizás por eso me hiciese un poquito más de ilusión, porque hacía sentir al hombre sin corazón.
Pero cada vez que me sonreías de aquella manera, tenía miedo de que te fueses a derretir.

A veces echo un poco de menos llamarte y no hablarte.

Siempre me sorprendió lo mucho que el hielo quema.
Lo fuerte que se siente cuando te abraza.
Lo que brilla bajo la luz del sol o de una carcajada tras un absurdo juego de palabras.

A veces echo un poco de menos tener a alguien.

Me sigue gustando pensar que no existe el amor.
Pero quizás sí que te quería. Un poquito.
Te quería tanto que dolía.
Un poco.

Entonces no entendía como podía querer a alguien de esa manera.
Si yo no tenía corazón.

Ahora no entiendo como pudo desaparecer aquel dolor.
Si me hiciste pensar que tenía corazón.

miércoles, 12 de junio de 2013

15:45

Estaciones llenas de miradas que no ven y palabras que no interesan.

Sigue sentada en el banco. Con el mismo café que ayer. Con el mismo traje que ayer. Las ojeras un poco más marcadas.

El periódico de hoy, un poco más desfasado que el de ayer.

La gente se cruza con ella, que a veces recoge los pies para que no tropiecen. A veces. Miran, pero no ven.

El tren de las 15:45 hace salir su periódico volando. Lo recoge, como cada día, dos andenes más atrás.

"¿A qué hora llega su tren?"

No; el suyo no llega.

sábado, 8 de junio de 2013

De cómo mueren las flores y otros secretos de 3ª planta (III)

Y sus ojos azules.
Aquel tono celeste, que recordaba a un reflejo transparente del cielo, siempre me pareció terriblemente antinatural, como si ella pudiese provocar aquel color por propia voluntad. En realidad, tardé bastante en descubrir que era exactamente eso lo que ocurría; pero de nuevo, me estoy adelantando.

Me despertó la infinita sombra de su figura, apartando el sol que, a través de una minúscula ventana, había asumido el papel de mi manta en el polvoriento rellano.

viernes, 7 de junio de 2013

Peter Pan

-Qué niña tan guapa, ¡y cuánto ha crecido!

Amelia estaba harta de oír aquello, siempre la misma cantinela. Estaba segura de que esa gente apenas se acordaba de ella, a la mayoría los había visto sólo una vez, a veces siendo tan sólo un bebé. Pero todos decían lo mismo, como si realmente les sorprendiese que una niña creciese.
Ella no hablaba mucho, la gente decía que era muy tímida, pero en realidad no le importaba hablar. Sólo era que prefería escuchar.
Escuchaba siempre, todo. Había muchas cosas que no entendía, cosas que sólo se imaginaba, y montones de historias que sólo sabía a medias. Pero escuchando se aprende mucho de la gente, y quizás no fue lo primero, pero sí lo más importante que aprendió Amelia, es que la gente mentía. Había quien mentía sobre cosas importantes, gente que mentía por miedo, por no hacer daño a los demás... pero muchas veces, casi todas, la gente mentía sin necesidad. Porque era cansado explicar la verdad, porque les parecía que la verdad era menos creíble que la mentira, y a veces, sin ninguna razón.
Como aquella gente que le decía que ya casi era una mujer; mentirosos.

Amelia, harta de las mentiras, decidió dejar de crecer.

Aún mucho tiempo después, podía oír de vez en cuando aquello de "qué mayor estás", pero según fueron pasando los años, la gente cada vez lo decía menos. Había quienes ya la miraban extrañados, pero jamás decían nada sobre la niña que nunca dejaba de serlo.
Tardó algún tiempo en entender aquello: ¿por qué nadie le decía lo pequeña que era, lo poco que cambiaba?  Por lo visto la gente consideraba peor aquella verdad que la antigua mentira.

Cuando Amelia cumplió los veinte años, aún nadie (ni doctores reales ni proféticos embaucadores) había sido capaz de explicar por qué aquella niña no envejecía.

"Creceré cuando para ser mayor no haya que mentir".

Fue su única explicación.

Cincuenta años después, sus pequeños pies caminaban al ritmo de la vida del psiquiátrico. Ya casi nadie recordaba cómo o cuándo había llegado allí. La gente iba y venía, llegaban, se jubilaban, y ella seguía allí, sin envejecer.
O al menos, su cuerpo no envejecía. Amelia había seguido escuchando, aprendiendo, y a pesar de ser sólo una niña, sabía más cosas que cualquiera de los doctores que pretendían guiar su cordura. Sabía que las hormigas no duermen, los cocodrilos no pueden sacar la lengua, y que el primer termómetro utilizaba Brandy; sabía que no existen los locos, y que todo el mundo miente.

martes, 28 de mayo de 2013

Se me perdió Abril

A veces nos pasan cosas que son inexplicables.
Y ella era una de esas cosas.

Hoy te recuerdo bajo una tarde amarilla, cubierta de flores blancas que temías que el viento se llevase.
Hoy recuerdo el color de tu pelo cubriendo las nubes, borrándolo todo. Te recuerdo a un volumen tan alto que no entiendo como los demás no lo escuchan.
Ha pasado otro Marzo y pensé que ya no seguirías aquí; no sabía si sentir alivio o pena. Pero al final regresaste, al final siempre regresas. Ya dudo si algún día conseguirás marcharte.
Mientras tanto, yo cuido tu recuerdo y lo pinto de colores que ya no sé si fueron o me los invento. No sé si tu pelo era tan dorado ni tus ojos brillaban tanto. Pero independientemente del color, no quiero dejar de tenerte a mi lado, aunque tenga que abrazarte sin que estés. No quiero que dejes de estar, aunque ahora seas sólo el recuerdo de una nube dorada cubriendo el cielo, una espalda recortada contra el mar, y esta mancha gris en mi esternón. Aunque ya no logre recordar tu cara.
Y al llegar a ese punto, todo se enturbia y regresa al blanco y negro, y tú vuelves a no estar. Y yo regreso al mar y ya no hay flores, ni una sonrisa que me tape las nubes.
Hoy te recuerdo tan fuerte que duele.
Hoy, y cada día.

La silueta de tu espalda cuando, sentada en el rompeolas, fundías tus ojos con el mar.



...Hace ya cuatro años y dos meses tarde.

sábado, 4 de mayo de 2013

Flash


Hoy por fin he descubierto al monstruo que habita debajo de mi cama, ese que por las noches me hacía subir las sábanas hasta taparme la cabeza.

Hay quien dice que nuestros monstruos somos nosotros mismos, pero en realidad, casi nadie cree en los monstruos desde que deja el colegio. Quizá en el colegio, al final, sólo nos enseñan unas verdades nuevas,  distintas a las que nosotros hemos descubierto, para que así todo el mundo sepa lo mismo, piense lo mismo, y tenga miedo a lo mismo. “Los monstruos no existen, son sólo un producto de tu imaginación”. Pues bien, yo lo he visto.


Me bajé de la cama, deslizándome en silencio, al escuchar un ruido extraño. En un principio pensé que quizás fuese el gato, pero yo nunca he tenido ningún gato. Y al doblar la esquina de la sábana, que caía hasta el suelo, lo descubrí ahí agachado: una figura achaparrada y grisácea, con la piel rugosa cubierta de bultos y sombras. Desprendía un olor raro, como a lirios. Asustada, me eché hacia atrás; en realidad jamás esperé encontrarme nada allí, no sabría explicar por qué había mirado. Pero el caso es que ahí estaba mi monstruo, y yo no sabía qué hacer. Eché la mano a un lado y me armé con lo primero que encontré, sin pararme a pensar que una botella de agua no era el mejor sistema de defensa. Me arrastré de nuevo hasta la cama, intentando no hacer ruido, aunque tenía la impresión de que los latidos de mi corazón se podían oír a manzanas de distancia. Y cuando levanté de nuevo el borde de la sábana, botella en ristre, dispuesta a atacar a aquel ser, allí estabas tú, mirándome.

Claro que tú no estabas allí, pero aquella criatura, fuese lo que fuese, eras tú. Tenía tu cara, en una extraña combinación con aquella piel ajada, pero no era sólo eso; tenía tus gestos, tu expresión en el rostro… tu forma de mirar. Me clavaste, o más bien me clavó, aquellos ojos horrorizados, como si le sorprendiese encontrarme allí, en mi propia habitación, como si realmente temiese mi ataque. Pero para entonces, la confusión había apartado de mi mente todo instinto de supervivencia. No comprendía aquello. Realmente era un monstruo; eras tú. No podía dejar de verte mirándome, aunque me repitiese a mí misma que no estabas bajo aquel rostro.
Y aún aturdida, sin ser realmente consciente, me vi extendiendo la mano hacia ti, hacia tu cara. Quería saber si tenía tu tacto, si se parecía a ti o si realmente… Pero antes de poder ponerle un dedo encima, un flash demasiado brillante envolvió durante un segundo la habitación, y mis manos ya sólo alcanzaron a tocar un líquido frío. El monstruo había desaparecido, dejando bajo mi cama sólo un enorme charco de agua. Agua salada, descubrí al restregarme el rostro con las manos aún mojadas.

No recuerdo si volví a la cama o me quedé dormida según estaba, pero sé que al ir a levantarme, mis pies se hundieron en un charco bajo mi cama. Y desde entonces, ocurre lo mismo cada mañana. No importa lo bien que seque el suelo o que revisen las cañerías; “ahí no hay ninguna fuga, no debería aparecer más ese charco”, pero ahí está, cada mañana. Como si quisiese recordarme cada día lo que pasó, para que nunca olvide tu rostro rodeado de la piel de un monstruo. Y todos los días salgo de casa con los pies aún húmedos, recordándome a cada paso el agua salada, el olor a lirios.

Pero ahora, cuando te veo, ya no logro apartar la mirada. Ahora mis ojos se clavan en los tuyos, esperando ver aquella expresión horrorizada, aquel temor a que ataque. Aún mantengo la esperanza de que, el día menos pensado, desaparezcas bajo un flash de luz.

sábado, 13 de abril de 2013

Coeur

¿Cómo se cura cuando te duele el esternón?´

[Porque es absurdo pensar que sentimos con el corazón. Los sentimientos, los de verdad, salen del esternón]

Yo, que por dentro soy caoba oscura, y si me golpeas sueno a barco sin cargar, no entiendo cómo funcionan los sentimientos.

Y sé que debe haber algo que los manipule, porque la gente lo hace. Constantemente. Pero yo no lo comprendo.

Normalmente no me preocupa no entender a las personas, porque no hay nadie que necesita que le entienda. Pero a veces llega la gente que vive en mi esternón, con los ojos bañados en lágrimas, esperando de mí que sepa qué hacer con lo que sienten. Esperan que digas algo que en realidad ellos ya saben, pero necesitan oír.

Las cosas que todo el mundo sabe, pero yo no alcanzo a ver.

Y las tiritas ya no funcionan...

lunes, 11 de febrero de 2013

Me sobran las estrellas

"Ojalá estuvieses aquí ahora. 
Porque de golpe todo vuelve a tener un sentido y es tan bonito que no me parece justo que no puedas verlo. Porque por primera vez en meses estoy bien y no importa que esté sola, pero ojalá pudieras ver todas estas estrellas. 

Y aún no sé qué estaba mal pero ha desaparecido y ahora tengo una sobredosis de energía y siento que necesito hacer un montón de cosas. Vuelvo a tener ganas de hacer cosas. Y quiero comprarme un vestido de época e ir al Retiro aunque haga mucho frío, con uno de esos abrigos con pieles en el cuello, como si acabase de salir de una corte de Suecia. Y quiero que llueva y tener uno de esos paraguas antiguos bonitos para llevarlo sobre el hombro, como en las películas, y que alguien me de un beso y levantar el pie de esa manera tan tonta. Aunque prometo que no llevaría calcetines fucsia. En serio, me acabo de ver en el espejo y estos calcetines arruinarían la escena. 

Todo vuelve a tener sentido y ya no somos sólo una bola que gira en torno a otra bola ni horas de color amarillo descendiendo en picado. Ahora hay días y hay noches y cada uno es distinto y tiene una música distinta. La de ahora es como un tintineo que da ganas de ir a cazar luciérnagas. Las piedras caen porque hay fuerza de gravedad, no sólo somos una bola en el espacio. Aunque eso sea gran parte de lo que es la gravedad. 

Son las cuatro y media de la mañana y ni siquiera sé por qué escribo todo esto. Quizá sea sólo la falta de sueño, pero ahora tengo muchas ganas de darte un abrazo y no puedo, y eso me enfada. 

Ojalá estuvieses ahora aquí. 
Me sobran estrellas."

martes, 5 de febrero de 2013

Música

Si hago memoria aún puedo recordar cómo le conocí. No las palabras, ni el sentimiento; sólo las circunstancias.
Quizá fuéramos música.
Y en un parque a las afueras de Madrid, él me enseñó los acordes que dieron comienzo a todo. Aunque quizá sólo recuerde cómo se sentaba abrazándome para hacer pasear mis manos por los trastes. Y no recuerdo si a ninguno nos importaba cómo sonase.
Pero la melodía fue in crescendo y, como siempre, arriba le esperaba la muerte. Un teléfono a las cinco de la mañana que nadie se molestó en contestar.
Mi melodía se rompió, y eso no hay luthier que pueda repararlo.
Lo siguiente que recuerdo es la casa de la hidrofobia y un bautizo con J&B. Y el retumbar en mi cabeza que me recriminaba el pasado.
Al final, me marché de allí con un portazo escondido bajo un berrinche de niña de colegio de monjas.

Y ya casi prefiero que me cueste recordarlo.

martes, 15 de enero de 2013

Korku korkusu

Yo nunca he sido muy de tenerle miedo a nada, ni a la oscuridad, ni a los seres que se inventan las mentes de otros, ni a esas arañas que te miran con sus cuatro pares de ojos como dispuestas a comerse a toda tu maldita estirpe.

Pero creo que, desde tan atrás como puedo recordar, hay una cosa que me ha aterrado -aunque hasta no hace tanto, no me había dado cuenta: la mediocridad.

Y creo que, con el paso de los años, me he convertido en lo que más miedo me da. Soy una persona mediocre.

Hace ya bastante, que un ángel idiota me lo dijo:
"-Ha pasado mucho tiempo. Has cambiado.
-Tú también, y todos. De eso se trata, de cambiar.
-Pero tú... eres diferente, más mortal. Ya no eres una diosa."

"Ya no eres una diosa"

Y llevo esas palabras clavadas en la garganta como inmensos alfileres de cristal, desde hace hoy un año.

Ya no sé cómo volver a ser yo.
Por dónde empezar a enumerar todo lo que he hecho mal.
Ahora sólo quiero que todo acabe, y volver a empezar de cero.





[RESET]

sábado, 12 de enero de 2013

Crach

Se agacha y se esconde, cerrando los ojos ante el sonido de algo que se rompe.

Crach.

Las luces están apagadas, y avanza acariciando con una mano las paredes desconchadas, que le hacen cosquillas en las yemas de los dedos. Estira el otro brazo, mientras gatea buscando una salida, pero no es capaz de dar un nombre a nada de lo que toca, sólo lo esquiva y sigue avanzando.

No importa cuánto camino recorra, nunca se acaba. Quizás lleve horas dando vueltas, pero no puede saberlo, no puede ver nada. No puede ver su mano manchada de denso polvo y sangre que no es suya, de esos pequeños restos bulbosos imposibles de identificar. No puede ver su figura decrépita ni sus rodillas convertidas en dos bultos rasgados y sanguinolientos. Pero no siente el dolor, aunque sí puede sentir. Igual que siente ahora el viscoso líquido que resbala sobre su cabeza, desde lo que ella había creído la pared de un escondite seguro.

Y de nuevo ese sonido. Crach. El crujir de algo viscoso. Como si rompiesen de un golpe un pastel endurecido y resultase estar relleno de gusanos.

Corre, con los ojos cerrados. Crach. Tropieza con un cordel gelatinoso y cae al suelo, sobre sus destrozadas rodillas. Crach. Antes de levantarse ya está corriendo de nuevo, pero aquel sonido no se aleja, no para. Crach, crach, crach.

Hasta que sus ojos, ya acostumbrados a la completa oscuridad, ven pasar un hilo de tímida luz a través de una ranura, varios metros por encima de su cabeza. Pero en su carrera hacia el haz de tímida luz, algo la frena en seco. Bajo aquella ranura, se refleja el brillo en dos pares de ojos; los primeros, los más altos, lloran.

Y el niño la mira en silencio. Como si su presencia sólo fuese una molestia que le impedía seguir con la mirada clavada en aquel agujero de daba al exterior. En su cabeza las preguntas se amontonan, detenidas por el muro de indiferencia que son los ojos de él.

<<Yo soy el último en la cola. Vas después de mí.>>

El susurro del niño retumba en la habitación como si fuese el único sonido del mundo, y las respiraciones entrecortadas y el crujir de los muebles, dejan de existir.

Crach.

Se acerca de espaldas a la pared, tenuemente iluminada, negándose a mirar qué es aquella sustancia reseca que aplastan sus manos mientras se deja caer hacia el suelo.
El segundo par de ojos, aún no ha pestañeado.

Crach.

Y se da cuenta de que nunca pestañeará cuando aquella figura hecha de sombras demasiado densas cruza la estancia en dos pasos y recoge el cadáver de la muchacha del regazo del niño.
No son sombras reales -piensa- son demasiado grandes, demasiado densas. Y suenan. Porque habían sonado; había oído el crujir del suelo en su presencia, y aquel sonido indescriptible ante el cual el niño había asentido con la cabeza. Pero eran las sombras más horribles que había visto jamás. Aunque no había huido ni gritado, no había echado a correr, y no comprendía por qué.

Crach.

Y cuando las sombras vuelven, ya ha cambiado el color de la luz que entra desde aquella ranura, tantos metros por encima de ella.
Pero esta vez no hay cadáver. El niño se levanta antes incluso de que ella sepa que las sombras han regresado, y les da la mano, como un hijo se la daría a su padre.
Antes de desaparecer de la mano de las sombras, su cara se vuelve para que ella pueda ver su sonrisa reflejando la poca luz que queda.

<<No tengas miedo.>>

Y hasta las sombras se quedan en silencio.

<<Quizás no sea malo; igual sólo le gusta el sonido de la cabeza de un niño al ser aplastada. Es sólo un tipo de arte que la gente no entiende.>>

CRACH.
CRACH.
CRACH.

Al fondo del pasillo se ve un resplandor anaranjado, como si en alguna habitación se escondiese el fuego de una fragua. Y al contraste con aquella luz cambiante, ve gotear la sangre cuando las sombras se acercan.

Antes de que lleguen, ya se ha levantado. No tengas miedo. Le tiende la mano.

<<¿Eres malo?>>

Pero ya no reconoce su propia voz. Los sonidos se le antojan más inciertos a medida que se aleja de la ranura que da al exterior, y no logra comprender la respuesta de las sombras.

Ya no puede oír, pero sí puede sentir, y lo siente con cada fibra de su ser.

Crach.

viernes, 11 de enero de 2013

Menos siete

Me he enamorado de nadie.

Te busqué por todas partes. Te encontré en Italia y la recorrí sin ti. Me diste la mano en Venecia y no la soltaste hasta llegar a Chicago, pero no estabas allí. Te he soñado en Roma, al son de esa canción que oyen los cuerdos. Te he llorado desde la ventana de un hotel de París. Fuiste mi secreto intercambiado en York, y una confusión en Dublín. Te perdí en Estados Unidos y ya no sé si te recuperé. Te abracé aquella noche, frente a Notre Dame, sin estar contigo.

Me he enamorado de nada.

Has tenido mil caras, mil almas. Y ya no sé contar las noches que has venido a mi ventana, a cortar el ruido del mar y enseñarme la luz de las cosas. Fuiste una niña que incendió el mar de oro. Fuiste un chico inocente, con demasiado corazón. Fuiste la cara de una diosa que bailaba a ritmo de rock. Fuiste aquel que sonreía para iluminar mis noches. Y ahora no tienes cara, ahora ya nunca estás.

La intención es lo que cuenta.