Qué difícil es a veces sentirse solo. Tanto que da igual la gente.
Y el fuego.
Oh, el fuego que sube y arrasa con todo, reduciéndote a cenizas grises. Que se traba en tu garganta y te impide respirar.
Sentir que caminas sobre una capa de hielo tan fina que quizás ya esté rota y no seas capaz de verla.
Entonces caes al agua.
Demasiado cansado para salir a respirar, no te das cuenta de que te ahogas hasta que ves cómo el hielo vuelve a formarse sobre ti. Cerrando la jaula.
El fuego en el esternón. El hielo en los pies. Y el océano tras los párpados.
Qué difícil es no dejarse morir.
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