sábado, 28 de diciembre de 2013

Escuchó aquel lazo deslizarse.
El sonido del rojo al caer.

Sus cabezas se poblaron poco a poco. Al principio eran niños que creían en lo que no se debía creer, pero con el tiempo se les cubrió el pelo de pájaros, hasta que en el cielo sólo quedaron los buitres volando en círculos imperfectos. Al final, eran nubes de tormenta con miedo a creer.

Y el sol se acercaba al horizonte.
"¡Esconded a los niños!", resonaba como el grito de una mujer que nunca había visto el cielo.
Cuando los niños estaban a salvo, caía la noche en el páramo.

Y dejaban de verse los buitres. Se abría la veda. Había que salir del valle.

Pero según sus pies subían, torpes, por las paredes de roca, la nube de pájaros que protegía sus cabezas desaparecía.
Ella le miraba con el terror pintado en los ojos, y él musitaba algo sobre ganar la lotería.

Nunca llegaron arriba.
El lazo rojo que los unía fue arrastrado por el viento.
Él la vio caer, y ni siquiera estiró la mano para intentar alcanzarla.
Vio su cuerpo roto en el suelo, junto al muro de roca.
Vio cómo los buitres se cernían sobre ella. Y volvía a crecerle el pelo, como una nube de tormenta.


Yo es que a veces sueño en verso, y otras veces sueño en sueños.

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