martes, 18 de diciembre de 2012

Un corte para ti

Se supone que debería ser la persona más importante para mí, o al menos de las más importantes. Debería ser la persona a la que acudiese cuando todo va mal, cuando estoy triste, cuando necesito a alguien. Debería poder confiar en ella.

Pero pienso en ello y la imagen que me viene a la cabeza es una escena bien distinta. Y tiene lágrimas y un abrazo que no es el suyo. Y palabras susurradas al oído diciéndome que no pasa nada, que no soy mala...

Pero la odio. Y sé que no debería odiarla.

En cierta forma la quiero, claro. Todo lo que se puede querer a alguien por mera imposición. Lamentaría si le pasase algo, no me gustaría que se preocupase... Pero eso son sólo sentimientos impuestos.

La verdad es algo mucho más visceral. Es la presión que siento en el estómago cada vez que pienso en ella y lo primero que recuerdo son los gritos, los insultos. 

Pasar catorce horas fuera de casa, estudiando, y no querer volver.

Aunque no lo parezca, cansa. Cansa que siempre te cuestionen, que asuman que siempre mientes. Que den por hecho que nada de lo que haces es genuino, sino que todo tiene una segunda intención oculta y una moral cuestionable. Que tras todo este tiempo, nunca confíen en ti.

Cansa y quema, y alimenta el odio. Y aunque pase el tiempo, no logro dejar de sentirlo. Pero ya no sólo la odio a ella; ahora también me odio a mí. 

Por no ser suficiente, por nunca haberlo sido. Por no ser capaz de hacer las cosas bien a la primera. Por no ser agradecida. Por ser una caprichosa. Por ser tan imbécil. Por ser una cría. Por creerme mejor que nadie; más lista que nadie; por creer que sé más que nadie. Por no pensar en nadie. Por ser tan egoísta. Por no saber perder. Por ser una egocéntrica. Por no preocuparme por los demás. Por ser tan distraída, tan torpe, tan descuidada. Por ser tan vaga. Por ser tan poco cuidadosa. Por ser tan inmadura. Por mentir más que hablo.

Aún no sé quién merece menos a quién...


domingo, 16 de diciembre de 2012

Agua

What the hell have you ever done
to think you deserve love?


Nunca le gustó el futuro.

  Mucho después de que todos los cuentos de hadas hubiesen acabado, ella seguía encerrada en la torre sin puertas, asomando tímidamente su rostro por la ventana, en busca de los rayos de sol, aunque sólo llegase a ella la luz de una luna oscura.

  Hacía mucho que ya no veía a la bruja mala, y llegó a sospechar que había muerto intentando luchar contra el tiempo, pero no podía ser. ¿Quién iba a perseguirlos entonces a ella y a su amado cuando escapasen?
  Porque estaba segura de que él llegaría. Al principio esperaba que fuese un príncipe, pero hacía mucho que todos los príncipes habían desaparecido. Con el tiempo se dio cuenta de que eso era lo de menos, que podría querer a aquel que la rescatase aunque fuese un don nadie... Y sin embargo, tampoco ningún "don nadie" había acudido a su llamada.

Así, con el paso de los años, en torno a su alta torre los jardines habían crecido sin control, arrasando con todo. Las zarzas y enredaderas trepaban por los muros y cubrían el suelo con una maleza de aspecto amenazante. Si alguna vez ella pensó en abandonar la torre sola, aquella idea había desaparecido consumida por el miedo a lo que pudiese esperarla abajo...

  Lo que había abajo.
  Cada vez le resultaba más difícil recordar qué había más allá de sus propias fronteras, y las imágenes borrosas se mezclaban en su cabeza. Recordar, eso era lo más duro de vivir en el pasado.
  A veces, mientras intentaba dormir en su inmesa cama vacía, llegaba a ella un olor que no era de allí -olor a gente, a alcohol-, un sonido que no pertenecía. La música, casi había olvidado cómo sonaban los violines guiando sus pasos bajo la luz anaranjada de las tabernas, cómo se movía su cuerpo sin pensarlo, sin sentir nada más que aquellos acordes celtas... Y entonces, inevitablemente, venían a su cabeza las miradas. Miradas de hombres ensimismados, de mujeres recelosas. Miradas que más de una vez siguió, entre risas, hasta sitios demasiado oscuros, demasiado sucios. Pero tarde o temprano, las miradas siempre desaparecían.

  Y quizá fuese eso lo que ella esperaba. Una mirada para siempre. Una de verdad, no como las de aquellos hombres para los que su cuerpo significaba sexo... Y tenía miedo de llegar a ver esa mirada y no saber comprenderla.

  A pesar de todo ella esperaba en su inexpugnable torre, rodeada de amenazante maleza. Alimentándose de olvido, y muriendo de él.



martes, 11 de diciembre de 2012

Y ellos no saben...

Y a mí, que nunca he sido de decir verdades...

Me gustaría volver a volverme loca. Que fuese como antes, cuando enterrábamos juntos la cordura bajo capas de alcohol y falsas depresiones. Armarnos con las más nobles armas que encontremos tiradas entre los portales, y ver cómo la gente se aparta a nuestro paso, mientras en nuestras casas intentan recordar cómo se llamaban aquellos hijos por los que debían preocuparse.
Tildar de hijas de puta a las estrellas, mientras tú entre carcajadas me agarras por el hombro. Me gustaría volver, renacer, sólo para gritarle al suelo que seguimos sobre él, igual de locos, igual de perfectos.

Pero ha pasado tanto tiempo... que ya dudo de si también la locura me ha abandonado.

¿Por qué nos fuimos? ¿Cómo nos perdimos?
Tirábamos los grandes ídolos de piedra, deseando ser los primeros en llegar a la luna, y jamás pensamos en subirnos a sus hombros para estar un paso más cerca del cielo.
Buscábamos las escaleras invisibles que llegaban a los sótanos donde descansaban las cosas muertas, y luchábamos por abrir puertas con susurros, antes de derribarlas a cabezazos.
Hasta que una puerta no se quiso abrir, y ya no supimos a dónde ir. Fuimos como olas que no conocían la dirección de la corriente, y tuvimos que huir del mar, escapar de los peces.

Quiero volver a reír hasta quedarme sin aliento, pegarnos hasta apenas poder movernos y entonces arrastrarnos, al encuentro de aquellos abrazos que eran la tempestad después de la calma. Tirarnos del pelo como cachorros, y tu boca buscando la mía. Ese mordisco en la lengua.

Quiero recordar qué se siente cuando dominas el mundo.


Chillar sin motivo, sin razón, porque la hemos perdido entre carcajadas y humo. Burlarnos del mundo, de todos los que nos miran sin comprender lo abrumador que es vivir.
Y de nuevo recordar que seguimos solos y sin alcanzar a la luna, llorar hasta inundar los parques y caer sobre nuestro propio barro, para contemplar en los charcos su reflejo. Darnos cuenta de que jamás estuvimos locos.

Y a mí, que nunca he sido de besos...