lunes, 30 de mayo de 2011

Traumst du

Aún no sé si fue tuya la mano que me empujó al vacío o si fui yo misma quien saltó, en un intento desesperado de que tu mano fuese, al fin, tangible.
Ahora no sé si la mano que me sujeta, que me salva, es también la tuya. Pero estoy segura de que yo no soy, de que, si me queda alguna oportunidad de salvarme, es porque alguien me sostiene.

De momento, te seguiré considerando mi asesino inocente...

...Es que nunca me creí mucho eso de los héroes.

domingo, 29 de mayo de 2011

Octubre

Fuera llovía a cántaros, como no había llovido en años. Por las calles en cuesta bajaban enormes torrentes de agua, pero la mayor parte de la ciudad estaba casi inundada, con un agua sucia que se movía con terrible lentitud, mientras sacaba a flote todas las manchas de la ciudad, hasta entonces pegadas al suelo.
Pero dentro del teatro, todos permanecían sordos al temporal, mudos ante la función. No era un teatro cualquiera, la élite jamás se juntaba con los "cualquieras", por lo que, sin el vulgar estruendo de los murmullos del fondo de la sala que era común, según se oía comentar, en las salas más empobrecidas, todos los allí presentes mantenían su expectante mirada clavada en el escenario, bajo el más riguroso de los silencios, que sólo era roto por la voz de la joven protagonista. Más valdría que roto, decir abierto, desnudado, pues nadie diría jamás que esa voz pudiese dañar algo, ni aunque ese algo fuese su opuesto.
Desde los palcos, allí donde estaban los más poderosos y adinerados, por encima del resto del público e, incluso, del escenario, sonó una leve tos. Un anciano, que ya había visto teatro más que suficiente a lo largo de su vida, y a quien aquella obra no parecía cautivar en demasía, se levantó del asiento con premeditada lentitud, arrastrando su butaca. Miradas de enfado e incredulidad e clavaron en él desde cada punto del teatro durante una fracción de segundo, lo que desató sobre su rostro una sonrisa de satisfacción. Recogió su abrigo y desgastado sombrero de manos de un asistente de palco que lo miraba atónito, sin entender cómo alguien dejaría a la mitad tan increíble función el mismo día de su estreno.
Pese a todo, instantes después, todas las miradas volvían a estar fijas en el escenario, y el hombre que interrumpió el sepulcral silencio era sólo un punto borroso en la memoria de los asistentes. Sobre el escenario, la joven protagonista dejaba caer lágrimas de dolor al encontrarse frente al cadáver de su amado.
-¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber.
Sus piernas cedieron, y ella cayó sentada junto al cuerpo que yacía inmóvil, aún sosteniendo entre sus manos el pequeño frasco de veneno vacío. El mismo veneno que él había ingerido. Por ella. ¿Qué locura podía llevar a alguien a actuar así? ¿Qué le había llevado a entregar su vida a la nada, siguiendo a un fantasma ficticio, imposible de atrapar?
-Pero besaré tus labios -continuó ella, entre ahogados suspiros provocados por el llanto-, que quizá contienen algún resabio del veneno.
Inclinándose sobre él, intentó retirarle la negra máscara que, al modo de las tragedias griegas, ocultaba su rostro. Pero sus dedos no eran lo suficientemente finos, o sus manos lo suficientemente hábiles, por lo que la máscara quedó allí, ocultando la cara del cadáver.
Todos los observadores permanecían en tensión, emocionados. Todo aquello parecía tan real -sus lágrimas, su angustia, la inmovilidad cadavérica del caído-, tan natural... como si no siguiese guión alguno.
-Él... -el llanto entrecortaba sus palabras-. Él me matará y me salvará.
Suspiros y exclamaciones ahogadas se extendieron entre el público cuando ella, con toda la pasión que las lágrimas no habían borrado, lo besó.
-Aún siento el calor de sus labios...
Pero sus palabras fueron cortadas por el sonido de unos pasos perdidos entre bastidores.
-¿Dónde está? Guiadme.
Ahora ya no sonaba la melódica voz de la joven, sino la de un hombre de mediana edad y hombros anchos que, ataviado con vestidura militar, apareció en el fondo de la escena, rompiendo en mil pedazos la fusión que las palabras de la protagonista realizaban con el expectante silencio. Ella, aún desde el suelo, sobre el cuerpo de su amado, lanzó una mirada horrorizada hacia el recién llegado, que, debido al atrezzo, aún se hacía invisible a sus ojos.
-Siento pasos. Necesario es abreviar -Nerviosa por la extraña presencia, tanteó entre las ropas del muerto, hasta dar con su puñal-. ¡Dulce hierro, descansa en mi corazón, mientras yo muero!
Y bajo un silencio helado por el terror, la dama clavó el puñal en su pecho, cubriendo de líquido carmesí los pliegues de su vestido, al tiempo que caía sobre el cadáver de quien amó.
Aún resonó por la sala del teatro el sordo entrechocar de las máscaras de los amantes.

A partir de entonces, pudieron pasar minutos o siglos, era indiferente, pues todas las retinas mantenían grabada la imagen de los dos cuerpos unidos, de los hilos de la muerte uniéndolos. Tan sólo un anciano que, a las puertas de teatro, esperaba a que amainase la tormenta, fue más consciente del correr de las aguas revueltas que del sentido aplauso que hizo vibrar el escenario. Poco después, su figura quedó oculta, pasando desapercibida a todas las miradas entre los vestidos de gala de la muchedumbre que emergía del teatro, como guiada por una inaudible voz.

El teatro se vació rápidamente, acompasado por el rumor de los asistentes. Y cuando todo quedó vacío, y los ayudantes hubieron guardado cada una de las piezas del atrezzo y recogido los telones, ella volvió a salir a escena. Ahora no había público, no había director ni apuntadores; no había decoración ni orquesta; no quedaban actores secundarios. Pero, sobre todo, no estaba el cadáver. Sólo quedaban ella y su increíble vestido, de tela marfil y granate, con brillante hilo dorado, todo a juego con la máscara que aún cubría su rostro. Pues no había logrado desprenderse de ella.
Con un deje ausente, consternado, aproximó sus pasos al punto, señalado con restos de falsa sangre, donde minutos antes había yacido. Muerta. Las imágenes de los últimos sucesos, confusas, se reproducían en su cabeza a demasiada velocidad; tan rápido que le era casi imposible darlas un sentido. Su peso, su significado... era demasiado terrible. La golpeó tan duramente que, por unos segundos, quedó sin aliento.
Era una farsa.

Buscó el aire; el aire de verdad. Minutos después, el ornamentado vestido perdía sus formas bajo el agua de la lluvia, ennegreciéndose desde abajo, al ser arrastrado sobre el sucio suelo de la azotes del teatro.
Nunca imaginó nada así.
Quería llorar. De rabia, de frustración. Pero no podía. Había gastado todas sus lágrimas en consolar la pena de la muerte de su amado; en lo que ella creyó su vida y muerte.
Apenas dio crédito al ver aparecer, a unos metros de ella, la figura de un hombre. Reconoció la máscara negra casi antes de verla. Era él.
-¿Qué haces aquí, Julieta? Te vas a resfriar...
Su voz era suave y tranquila; demasiado. Parecía como si no fuese capaz de hablar por si mismo, como si sólo se hiciese eco de algo mayor.
-Tranquilo. Julieta estará bien.
-No puedes faltar a la función.
-Claro. La función. Julieta tiene que asistir a la función; cada día. Porque es la protagonista, ¿no es así?
-Sí. Necesitamos a Julieta para la función. Sin ella no hay teatro. Necesitamos a Julieta. Sólo Julieta puede hacer el silencio sonar.
-Descuida. Allí estará Julieta -su voz se tornaba casi un susurro, al mismo volumen que el arrastrar de sus pasos por la azotea-. Porque no puede no estar, ¿verdad?
Romeo la seguía inconscientemente, sin parecer darse cuenta si quiera de su avance. Finalmente, ella chocó de espaldas contra la barandilla.
-Ayúdame, Romeo. Tengo que ir hacia allí -casi le ordenó, mientras se apoyaba en la balaustrada con sus finos brazos.
Romeo comenzó a ayudarla, justo antes de preguntar:
-¿A dónde vas, Julieta? Si te alejas, llegarás tarde a la función.
-No te preocupes, voy aquí al lado. Además, Julieta no llegaría tarde a la función de su propia vida. Bien lo sabes tú... Romeo.
Bajo la máscara de Julieta se dibujó una sonrisa que Romeo jamás llegó a comprender.
Y desde el otro lado de la barandilla, él no pudo detenerla en su salto.

Ahora, la sangre que empapaba el vestido, ya no formaba parte del atrezzo, aunque no importaba: pronto el agua de lluvia borraría cualquier rastro de su dolor.

A la tarde siguiente, el teatro volvió a hacer un lleno completo. La obra había sido un éxito. Y, en la tercera escena, bajo una máscara finamente decorada, Julieta salió a escena, radiante, enmudeciendo al teatro con su voz.
¿Y quién habría sabido distinguir si bajo aquella máscara se escondía un cadáver, una joven, o sólo un rastro de lluvia?

sábado, 28 de mayo de 2011

Thermodinamics

Hay cosas que no duelen como deberían doler.

Era sólo un paso. Sólo un paso más...






















A veces me da pena la gente que busca la felicidad en la vida. La felicidad absoluta, ese momento, ese estado que te gustaría no perder, está en el secreto de una muerte sensible inducida. La ignorancia sobre todo aquello que causa dolor, impide el sufrimiento, inyecta felicidad.
No quiero desaparecer, no quiero ser un vegetal, o nada. Capacidades físicas, limitando la percepción sensorial a la vista y el oído. Razonamiento lúcido, sin influencia de los sentimientos.
Mi felicidad escondería a mi verdadera yo en algún pequeño recoveco de mi mente y la dejaría dormir, mientras la yo física se encargaría de sufrirlo todo por mí, y de velar por mi continuidad como pensamiento.

Happiness is just a fool dream... I'm a good dreamer, anyway~

jueves, 26 de mayo de 2011

That's it

Llorar y reír al mismo tiempo. Con toda la fuerza que tu cuerpo pueda soportar. Con mucha menos fuerza de la que tu mente puede ejercer.
Ser infinitamente feliz. Y terriblemente desgraciada. Y por ser, no ser nada.
Querer luchar por cambiarlo todo, enfrentarse al destino. Y querer, en igual medida, dejarse abatir por el dolor hasta la muerte.
Soñar con tocarte y no querer volver a verte.
Querer arañar el cielo y morir ahogada.
Desear tenerlo todo. Desear morir abandonada en la nada.
No es poesía, es la verdad. Mi verdad.
Es disonancia.

Ya te dije que sería incapaz de explicarlo.

lunes, 23 de mayo de 2011

De cómo mueren las flores y otros secretos de 3ª planta (II)

Sí, sí, aquel paquete fue el inicio de todo. Por banal que parezca.
Pero aún tuve que esperar.

El día que llegó, no lo saqué de casa; lo dejé sobre el mueble del salón, junto a la puerta de la cocina. Y no lo volví a tocar, aunque pasé muchísimo tiempo mirándolo, inventando absurdas historias sobre su origen, contenido y destino. En general no soy muy infantil, pero si estás sola y aburrida, y un misterioso paquete marrón es todo lo que se sale de tu normalidad, puedes inventar cosas increíbles. Aunque supongo que, en realidad, todo esto es irrelevante. Ahora pienso que quizás me obsesioné demasiado con aquello, claro, pero en ese momento no me lo pareció; ni de lejos. Lo único que rondaba mi cabeza era la curiosidad.
No me preocupe de veras por ello hasta llegada la noche. Me desperté de madrugada, seguramente por algún ruido de la casa del vecino, no estoy segura, y me levanté para ir a beber algo. Cuando me despierto por la noche, concilio muy mal el sueño, es casi imposible, así que necesito beber algo; leche con miel, whisky barato... me es indiferente. Y fue entonces cuando vi el paquete, y algo se accionó en mi cabeza: ¡no podía dejarlo ahí! ¡No podía quedármelo! Después de todo, había llegado a mí sólo por error, no podía retenerlo tan absurdamente... Lo cogí y me dispuse a sacarlo, a llevarlo arriba, frente a la puerta del ático: su sitio. No sé si fue más la oscuridad o la intriga lo que me hizo dar la vuelta cuando ya salía de casa. Dejé el paquete de nuevo sobre el mueble; habría más días para ponerlo en su lugar.

No, en realidad no tuve el valor de quedármelo, de verdad confiaba en que alguien viniese a buscarlo, así que a la mañana siguiente, cuando salía hacia el trabajo, llevé el paquete al ático. Subí con la mirada de la señora Hersbett -una anciana medio demente, abandonada por su familia, su felicidad y su tiempo, que cultivaba un curioso estado de alerta paranoide- clavada en mí, acusadora. No es porque subiese al ático, aunque eso podía resultar raro, ella siempre me observaba así. En realidad, al dejar el paquete abandonado frente a la puerta, me invadió el temor de que no durase allí más de quince minutos tras mi marcha (diez más de los que tardarían todas mis amargadas vecinas en saber de mi subida a la última planta, informadas por cortesía de Mrs. Hersbett), pero confié en que aquellas mujeres contuviesen sus impulsos, aunque fuese, como era mi caso, sólo por la terrible curiosidad de saber quién iría a buscarlo.

Por la noche, cuando regresé del trabajo, subí inmediatamente al ático. El paquete seguía allí. Pero tampoco me pasó desapercibida la terrible mirada de mi vecina sobre mi nuca.

No recuerdo haberme dormido, de verdad, pero cuando desperté al día siguiente, estaba tumbada en el rellano frente a la puerta del ático. Abrazada al misterioso paquete, cuya envoltura parecía resistir por intervención divina.

Esa mañana, fue la primera vez que la vi. Brillando sobre el azul del cielo con su increíble cabello rubio; casi blanco, del color de la nieve, de las nubes.


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Esta vez es algo breve... Pero es tarde y mi musa está manifestándose en Sol en mi lugar.
Creo que esto se va a alargar más de lo esperado, aunque empieza a cobrar forma... Anyway, hope you like it! :D


lunes, 16 de mayo de 2011

Tears for Fears

El mundo se me viene demasiado grande.

No sé qué debo pensar, qué debo sentir.
Y es muy difícil no tener a nadie en quien confiar; que todos sean extraños.
Llevo encima tantas máscaras que no sé descubrir las de los demás.



No puede ser. No puede ser que tenga que esperar simplemente a que todo pase ante mí.
A que los vasos se llenen por si solos.
Y que sea el mundo quien decida si esta noche me baño en sangre o en lágrimas.
No puede ser tan fácil... Tan difícil.
Que las pesadillas sean lo que me mantiene atada a la realidad...

Tiene que haber algo más.

domingo, 15 de mayo de 2011

De cómo mueren las flores y otros secretos de 3ª planta (I)


¿Hace cuánto empezó todo? ¿Un mes? Puede que más; puede que bastante más. Es igual, no lo recuerdo. Dejaré que vosotros decidáis el cuándo, e incluso el dónde.
Sólo necesito un edificio antiguo, de descoloridos ladrillos rojos. Y un ático. Un caluroso ático de madera, con paredes de apenas medio metro y uno de esos horribles tejados inclinados que apenas te permiten estar en pie.
Si no me equivoco, ya era primavera, casi verano, y hacía calor. Ahora no sabría decir a ciencia cierta si todo lo que ocurrió, refrescó la situación o hizo estallar algún que otro termómetro. Bueno, creo que hacía calor, pero en aquel ático siempre hacía calor; y eso que ni siquiera era muy alto, un tercer piso, si no me equivoco.

Todo empezó allí, en el ático, en realidad. O más concretamente, frente a la puerta de éste. La tarde en que llegó el paquete -su paquete-, envuelto en papel marrón barato y descuidado, con un par de esquinas rotas que dejaban ver unos retazos de madera. Llegó equivocado, aunque creo que fue para bien... pero me eso es anticiparme al relato. El caso es que el mensajero que lo trajo, no llegó a subir hasta la tercera planta -y sospecho que el hecho de que el ascensor no llegase hasta ese piso pudo ser un factor importante-, y vino a entregármelo a mí. Por supuesto, a mi me llamó la atención: no esperaba ningún envío, pero no fue hasta después de que el mensajero se fuese, y un instante antes de destrozar el papel -como un impulso de mi más viva curiosidad, no penséis nada extraño- cuando, de refilón, vi que la dirección estaba equivocada: era un paquete para el ático.
Aquello era algo raro. No es que allí viviese alguien tan raro que me asombrase el que recibiese algo -lo que, observando al resto del vecindario, bien podía ser- sino que, simplemente, ahí no vivía nadie. Normalmente, lo habría abierto, habría husmeado un poco, lo justo, y lo habría devuelto, para que lo llevasen hasta su remitente. ¿Por qué no lo hice? Sencillo: el ático era la propia dirección remitente. Por más vueltas que di al paquete no conseguí encontrar nada más; sólo estaban los datos comunes e insulsos, un matasellos que había quedado demasiado desgastado como para ser legible, y la misma dirección, repetida dos veces.
Sí, en realidad, me pudo la curiosidad. Ni siquiera me planteé la posibilidad de devolverlo. Estaba intrigada, y aquello era un pequeño misterio, una variante inesperada a mi monótona rutina. ¿Cómo iba a tirarla tan pronto?


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Y hasta aquí la 1ª parte :3
Esto es el comienzo de un relato "De cómo mueren las flores y otros secretos de 3ª planta", no sé si largo o corto, que iré escribiendo a partir de ahora. No tengo nada pensado, evolucionará según mi estado de ánimo cada día xD No siempre, pero de vez en cuando, un fragmento de historia se colará entre las entradas normales del blog ^-^
Espero que os vaya gustando, aunque de momento no sea nada~ Agradezco cualquier idea, crítica o comentario, constructivos o no, de aquí en adelante =)
Thankius a todos de antemano!

PD: La idea la saqué de la canción "Marlene, la vecina del ático" de Love of Lesbian, que vi hace unos días en el blog de Shikei, El lado siniestro de la mente :3 Así que se lo dedico a él, y tal~

[Img from "Gorjuss"]

jueves, 12 de mayo de 2011

Lagartijas

Yo de pequeña pasaba muchas horas mirando animalillos. Las hormigas eran mis favoritas.
Aunque ahora lo pienso y... las lagartijas, ¡qué bien vivían!
Tienen unos reflejos increíbles, las lagartijas. Ya podía haberse pasado el bicho 3 horas torrándose al sol que, en cuanto te acercabas a menos de un metro, echaba a correr como si no hubiese mañana.
(El truco era atacar desde lejos, pero eso lo aprendí después)
Ahora lo pienso y me gustaría ser una lagartija. Que mi mayor preocupación fuese acumular calor solar...

Sí señor, ¡de mayor voy a ser lagartija!















Pensé en ser magdalena, que son más cucas, pero siempre acaban comidas o rancias. Cuando las lagartijas mueren -siempre mueren espachurradas, nunca una lagartija a muerto de forma natural-, siempre hay mucha más sangre y órganos reventados. Llevan el espectáculo en su fría sangre de reptil.

Abrazos bífidos~

domingo, 8 de mayo de 2011

Buried alive



Preámbulos

A veces, la muerte es algo tímida.
Entendedla, el suyo es un trabajo duro -no todo el mundo debe ir por ahí arrancando de cuajo vidas inocentes- y, además, uno de los más odiados.
Todo el mundo odia a la muerte. Por el mero hecho de existir, de ser.
Incluso quienes se entregan voluntariamente a ella, la odian. Por ser ella el final. Por verla como la única salida.
Por eso a veces le cuesta llegar; no quiere, le da vergüenza. Casi miedo.
Sí, ser la muerte debe de ser horrible. Algo muy sacrificado... no sé si me seguís.
Antes conseguía emocionarse cuando alguien la esperaba con emoción, cuando alguien realmente la anhelaba. Pero con el tiempo, descubrió tras cada mirada de deseo el mismo miedo que bañaba todas las demás. La misma incertidumbre.
Y luego estaba el odio, el dolor.
Es duro existir en un mundo en el que todos te repudian, huyen de ti, sin saber realmente cómo eres. Qué eres.
O qué traes contigo.
Y luego se quejan de los prejuicios...


sábado, 7 de mayo de 2011

Peces solitarios

Anoche mi casa era una pecera.
Y yo no estaba aquí.

Siempre he preferido ser un personaje plano.
Un personaje tipo.
Quiero que, cuando la gente me recuerde, no sepa discernir si era una persona o sólo una idea de persona. No quiero que nadie me eche de menos.
Quiero ser el personaje más sencillo que un escritor mediocre pueda imaginar.
Que nadie me necesite.
Ser un personaje tan básico que, al acabar la obra, la gente sólo pueda pensar en lo nefasto de mi autor.
El tipo de personaje que siempre he odiado.

Al menos, el odio ya lo tengo.
Algo que llevo ganado...



Odio la forma en la que tú y el agua condicionáis mi vida.
¿A ti?
No, a ti no puedo odiarte. A ti no sé odiarte.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Abuelita

Paula: -¿Entonces, todos, en su familia, han sido artistas de circo?
Dionisio: -Sí. Todos. Menos la abuelita. Como estaba tan vieja, no servía. Se caía siempre del caballo... Y todo el día se pasaban los dos discutiendo...
Paula: -¿El caballo y la abuelita?
Dionisio: -Sí. Los dos tenían un genio terrible... Pero el caballo decía muchas más picardías...



Miguel Mihura, Tres Sombreros de copa.

Cucú

¿Habéis escuchado alguna vez eso de que "este tren sólo pasa una vez"?
Vale, pues no os lo creáis.

Los trenes van y vuelven; están para eso. Sólo hay que saber tomarlos en la dirección correcta.

¡Y que vivan las segundas oportunidades!
Gracias, universo~

domingo, 1 de mayo de 2011

Dream on

It's not about what I feel, not about what I want.
It's just about what I need.

Y sé que puedo soñar contigo esta noche
y que, aunque tú sueñes conmigo
seguiremos estando igual de lejos
y seremos igual de inalcanzables.


Maldita disonancia...

Bleh

¿De veras hace falta dedicarle un día a una persona que quieres para que sepa que la quieres?

No hablo sólo del día de la madre... También están el día del padre, San Valentín y demás infiltraciones.

Si quiero realmente a una persona, la quiero igual todos los días, mientras las cosas no se tuerzan. Y no suelen hacerlo.
Claro que quiero a mi madre. Pero hoy la quiero exactamente lo mismo que el resto de días.
Quiero a mi padre, quiero a mi familia y a otra mucha gente. Y no necesito dedicarles una fecha del calendario para recordármelo a mí misma.
Porque al final es sólo eso: una fecha, un número.
Llamadme loca, pero es que mis sentimientos no entienden de fechas. En realidad, no entienden de casi nada.

Si yo te quiero, y tú sabes que te quiero, ¿para qué vamos a andarnos con tonterías?

Por eso odio este tipo de días. Votaría por su erradicación.
Pero supongo que pedir que el amor no fuese un negocio, sería demasiado...


[Dedicado a todos los idiotas que me miran mal por no celebrar el día de la madre. Compraos una maldita vida]

Tormenta




Se acercó en silencio, acechando. Justo antes de levantarse para atacar, como una tormenta.
Trajo más de lo que llevó, pero me dejó sola, vacía... Se llevó lo que a mí me hacía falta.