lunes, 21 de agosto de 2017

Vivo en la calma tras la tormenta
sin soltar el tablón mojado que me mantiene a flote sobre las dunas.
Ha desaparecido el mar.

Ahora sólo queda la radiación de fondo
que se escapa de tus ojos como una señal de radio con interferencias
¿Puedes oírla?
Ayer hablaron de ella en las noticias.

Pero quizás tú no puedas.

Si cuando miro tus manos vuelvo a escuchar el silencio
Tras el calambre al rozarte ya no puedo escuchar la señal
Puede que seas inmune
Inmune a la realidad

Un punto de inflexión en el Universo
el equilibrio inestable del espacio y el tiempo.

La hija olvidada del Big Bang.

sábado, 27 de mayo de 2017

viernes, 31 de marzo de 2017

Disonante. Reinicio.

No recuerdo muy bien qué pensé al abrir los ojos, sólo recuerdo que había demasiada luz; demasiado blanca. Volví a cerrarlos de inmediato y me acurruqué sobre mí misma, intentando volver a dormirme, como hacía siempre; como todavía hago. Estaba tumbada, claro, tapada… pero no era mi cama, ni eran mis mantas. Aquella no era mi habitación. Aún con los ojos cerrados traté, más dormida que despierta, de hacer memoria: no, no había visto a ningún familiar recientemente, así que no estaba en casa de ninguno de mis tíos; por lo que recordaba no había salido de Madrid; tampoco recordaba haberme quedado en casa de ningún amigo. Entonces, ¿por qué no estaba en mi habitación?

Supongo que fue entonces cuando me empecé a asustar. Abrí los ojos de golpe; ya no tenía ni pizca de sueño. Estaba en una habitación blanca, terriblemente blanca y alta… no, al revés, yo estaba demasiado abajo. Por la ventana, a mi izquierda, veía algunos tejados y un cielo plomizo. Estanterías negras, llenas de libros cuyos títulos resultaba imposible leer. Una botella de Eristoff vacía. Y sin embargo, sólo me di cuenta de dónde estaba cuando me fijé en la colcha de colores con la que me tapaba. Estaba en su habitación. Joder, olía a él.

Pero él no estaba. Ni su mochila. Esa maldita mochila… supongo que eso me hizo darme cuenta de que allí fallaba algo más. Algo enorme.

Lo primero que hice fue buscar algo con lo que defenderme, aunque no sabía de qué. La botella, la botella me valdría. Y entonces lo recordé: esa botella no debería estar allí, sus padres la habían tirado, o la chica de la limpieza la había hecho desaparecer. En cualquier caso, no debería estar en la estantería. Era completamente absurdo, pero me pareció evidente lo que pasaba: esa no era su habitación, sino el recuerdo que yo tenía de ella. Me asaltó el pánico; me levanté de la cama de golpe, y casi no pude reprimir un grito al sentir mi cuerpo caer sin poder evitarlo. No podía sostenerme a mí misma. Mis piernas. Las vendas llegaban de los pies a las rodillas, aunque sólo una de ellas parecía cubrir algo importante, o eso supuse, por la sangre que parecía empapar las capas inferiores. En mi cabeza se mezclaron ideas difusas sobrevoladas por disparos de rifles de asalto que parecían terriblemente antiguas, como si hubiesen pertenecido a alguna vida anterior. Pero no tenía ni idea de por qué podría estar vendada mi pierna izquierda. Ni los brazos, de la mano al codo. No me molesté en descubrirlo, los vendajes no suelen ocultar cosas demasiado agradables.

Aún no sé muy bien cómo, pero logré llegar hasta la botella. El elemento disonante.  Aunque como arma dejaba mucho que desear –sobre todo en mis manos-, me sentía completamente protegida. Idiota. Me llevó mucho tiempo, demasiado, pero finalmente conseguí levantarme, con la ayuda incuestionable de un escritorio que hacía resonar el sonido de mis manos.

Tenía que salir de allí. Como pude, llegué a la puerta de la habitación; no estaba cerrada, sólo botada sobre el marco. Salí al pasillo, pero supongo que aún no tenía la fuerza suficiente, o no estaba lo bastante despierta –si es que eso era posible en aquella situación-, y tuve que apoyarme en la pared del pasillo, junto a la siguiente puerta hacia la izquierda. Pasé así unos minutos, no sé si muchos o pocos, hasta que conseguí sostenerme por mí misma y, armada con la botella como si de un bate se tratase, abrí la siguiente puerta. Oscuridad.


Reinicio.


Era yo.

No recuerdo muy bien qué pensé al abrir los ojos, sólo recuerdo que había demasiada luz; demasiado blanca. Volví a cerrarlos de inmediato y me acurruqué sobre mí misma, intentando volver a dormirme, como hacía siempre; como todavía hago. Estaba tumbada, claro, tapada… pero no era mi cama, ni eran mis mantas. Aquella no era mi habitación. Aún con los ojos cerrados traté, más dormida que despierta, de hacer memoria: no, no había visto a ningún familiar recientemente, así que no estaba en casa de ninguno de mis tíos; por lo que recordaba no había salido de Madrid; tampoco recordaba haberme quedado en casa de ningún amigo. Entonces, ¿por qué no estaba en mi habitación?

Tenía las piernas y los brazos entumecidos, como si hubiesen soportado una gran presión. De golpe me vino el recuerdo de una bala atravesando mi pierna derecha, aunque me resultaba imposible contextualizar aquello. Tenía un sueño horrible, habría podido quedarme allí, durmiendo, durante semanas, pero me pudo la curiosidad y abrí los ojos. Estaba en una habitación blanca, terriblemente blanca y alta… no, al revés, yo estaba demasiado abajo. Por la ventana, a mi izquierda, veía algunos tejados y un cielo plomizo. Estanterías negras, llenas de libros cuyos títulos resultaba imposible leer. Una botella de Eristoff vacía y difusa, como si la hubiesen pegado tras algún mal golpe. Y sin embargo, sólo me di cuenta de dónde estaba cuando me fijé en la colcha de colores con la que me tapaba. Estaba en su habitación. Joder, olía a él. Pero él no estaba. Ni su mochila.

Si él no estaba allí, tampoco yo debería estarlo. Y aún más claro: si él no estaba allí, por mucho que lo buscase, no iba a encontrarlo.

El teclado estaba a los pies de la cama, enchufado. Subí el volumen al máximo.

Hacía años que no tocaba el piano, y las manos vendadas tampoco ayudaban, pero no me importó. No recuerdo cuánto tempo estuve tocando. Pudieron ser horas o días. Al final tenía las yemas de los dedos en carne viva, y en algunas de las teclas había manchas pequeñas de sangre. No me importaba lo más mínimo, hacía mucho que había dejado de sentir mi propio cuerpo.

Nunca he tenido muy buena memoria. Tampoco para la música. Durante mucho tiempo intenté tocar una canción que no sabía que conocía; supongo que se la escuché tocar alguna vez a él. No sé en qué punto comenzó a mezclarse con la melodía de Feed Us, pero esa es la canción que estaba tocando cuando apareció aquel hombre.

Recuerdo que, cuando el hombre entró, la puerta estaba negra. No debería. Él iba vestido completamente de blanco, y llevaba por encima una de esas cutres batas blancas de laboratorio, aunque no fui capaz de imaginármelo sino en un minúsculo cuarto, rodeado de pantallas de ordenador.

Cuando entró, había ensayado tantas veces la escena en mi cabeza que ni siquiera habría necesitado dejar de tocar. Pese a ello, le dediqué un acorde final disonante y demasiado agudo, que hizo achinarse sus ojos en lo que me pareció la mejor mueca de la historia. Me ceñí al guión, y no levanté la mirada de las teclas, mientras una prefecta sonrisa de superioridad atravesaba mi cara de lado a lado.

-Has tardado mucho. Sabía que vendrías. Tarde o temprano.

Él también se ciñó al guión. A uno  de ellos.



Oscuridad.

sábado, 18 de marzo de 2017

Últimamente siento
como si todo a mi alrededor estuviese en llamas.
De pronto todo se incendia
mi casa, mi universidad, mi comida.
Pero nadie parece poder verlo.
Y me callo porque sé que en realidad el fuego no está ahí.
Aunque pueda verlo,
aunque pueda oír el crepitar de las llamas,
aunque huela la madera y el plástico al arder,
aunque pueda sentirlo quemándome la piel.

Sólo a veces
el mundo deja de arder
y no quedan rastros del incendio
no hay ruinas ni cenizas.
Pero siento el calor del fuego,
puedo oírlo y verlo,
puedo sentirlo.
Y me doy cuenta de que lo que está en llamas
soy yo. 
Pero a nadie parece preocuparle.
Y me callo porque sé que aunque el fuego está ahí
nadie va a poder apagarlo.
nadie va a querer apagarlo.
a nadie le va a importar lo suficiente como para intentar apagarlo.

Últimamente siento
que grito tan fuerte como no había gritado nunca.
Leí que había que pedir ayuda,
y cada día me asomo a la ventana y grito,
"¡Fuego, fuego!"
Pero nadie ve el incendio,

Estoy tratando de pedir ayuda en el idioma que no es.
Estoy tratando de pedir ayuda
en el único idioma que sé.


Quema. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

Tres Tristes Tigres


Y ante sus ojos se extendían campos infinitos, bañados en un brillo dorado difícil de describir.
Campos secos, en apariencia yermos, donde contra todo pronóstico cada año emergía, desafiante, la cosecha.
Tierras donde el polvo formaba tornados que en su centro guardaban poemas.
Tierras que un día albergaron gigantes.
Casi podía verlos: emergiendo del suelo, con brazos de piedra que atravesaban toda la corteza terrestre. Portaban sobre sus espaldas los pocos cipreses que crecían al amparo de los arroyos, y sus voces resonaban a catástrofes y terremotos.
Gigantes de piedras con pieles de trigo, alzándose como montañas en medio de la llanura.
Avanzaban arrastrando a su paso los cables de alta tensión, tirando las torres de metal como si fuesen sólo mosquitos metalizados.
Los coches se detenían unos segundos en claro manifiesto de la incredulidad de sus conductores, para instantes después arrancar en dirección contraria, huyendo de las gigantescas criaturas.
O al menos eso intentaban.
¿Pero quién va a poder huir cuando la tierra se alce?

Quizás, después de todo, no fuesen molinos.