martes, 15 de enero de 2013

Korku korkusu

Yo nunca he sido muy de tenerle miedo a nada, ni a la oscuridad, ni a los seres que se inventan las mentes de otros, ni a esas arañas que te miran con sus cuatro pares de ojos como dispuestas a comerse a toda tu maldita estirpe.

Pero creo que, desde tan atrás como puedo recordar, hay una cosa que me ha aterrado -aunque hasta no hace tanto, no me había dado cuenta: la mediocridad.

Y creo que, con el paso de los años, me he convertido en lo que más miedo me da. Soy una persona mediocre.

Hace ya bastante, que un ángel idiota me lo dijo:
"-Ha pasado mucho tiempo. Has cambiado.
-Tú también, y todos. De eso se trata, de cambiar.
-Pero tú... eres diferente, más mortal. Ya no eres una diosa."

"Ya no eres una diosa"

Y llevo esas palabras clavadas en la garganta como inmensos alfileres de cristal, desde hace hoy un año.

Ya no sé cómo volver a ser yo.
Por dónde empezar a enumerar todo lo que he hecho mal.
Ahora sólo quiero que todo acabe, y volver a empezar de cero.





[RESET]

sábado, 12 de enero de 2013

Crach

Se agacha y se esconde, cerrando los ojos ante el sonido de algo que se rompe.

Crach.

Las luces están apagadas, y avanza acariciando con una mano las paredes desconchadas, que le hacen cosquillas en las yemas de los dedos. Estira el otro brazo, mientras gatea buscando una salida, pero no es capaz de dar un nombre a nada de lo que toca, sólo lo esquiva y sigue avanzando.

No importa cuánto camino recorra, nunca se acaba. Quizás lleve horas dando vueltas, pero no puede saberlo, no puede ver nada. No puede ver su mano manchada de denso polvo y sangre que no es suya, de esos pequeños restos bulbosos imposibles de identificar. No puede ver su figura decrépita ni sus rodillas convertidas en dos bultos rasgados y sanguinolientos. Pero no siente el dolor, aunque sí puede sentir. Igual que siente ahora el viscoso líquido que resbala sobre su cabeza, desde lo que ella había creído la pared de un escondite seguro.

Y de nuevo ese sonido. Crach. El crujir de algo viscoso. Como si rompiesen de un golpe un pastel endurecido y resultase estar relleno de gusanos.

Corre, con los ojos cerrados. Crach. Tropieza con un cordel gelatinoso y cae al suelo, sobre sus destrozadas rodillas. Crach. Antes de levantarse ya está corriendo de nuevo, pero aquel sonido no se aleja, no para. Crach, crach, crach.

Hasta que sus ojos, ya acostumbrados a la completa oscuridad, ven pasar un hilo de tímida luz a través de una ranura, varios metros por encima de su cabeza. Pero en su carrera hacia el haz de tímida luz, algo la frena en seco. Bajo aquella ranura, se refleja el brillo en dos pares de ojos; los primeros, los más altos, lloran.

Y el niño la mira en silencio. Como si su presencia sólo fuese una molestia que le impedía seguir con la mirada clavada en aquel agujero de daba al exterior. En su cabeza las preguntas se amontonan, detenidas por el muro de indiferencia que son los ojos de él.

<<Yo soy el último en la cola. Vas después de mí.>>

El susurro del niño retumba en la habitación como si fuese el único sonido del mundo, y las respiraciones entrecortadas y el crujir de los muebles, dejan de existir.

Crach.

Se acerca de espaldas a la pared, tenuemente iluminada, negándose a mirar qué es aquella sustancia reseca que aplastan sus manos mientras se deja caer hacia el suelo.
El segundo par de ojos, aún no ha pestañeado.

Crach.

Y se da cuenta de que nunca pestañeará cuando aquella figura hecha de sombras demasiado densas cruza la estancia en dos pasos y recoge el cadáver de la muchacha del regazo del niño.
No son sombras reales -piensa- son demasiado grandes, demasiado densas. Y suenan. Porque habían sonado; había oído el crujir del suelo en su presencia, y aquel sonido indescriptible ante el cual el niño había asentido con la cabeza. Pero eran las sombras más horribles que había visto jamás. Aunque no había huido ni gritado, no había echado a correr, y no comprendía por qué.

Crach.

Y cuando las sombras vuelven, ya ha cambiado el color de la luz que entra desde aquella ranura, tantos metros por encima de ella.
Pero esta vez no hay cadáver. El niño se levanta antes incluso de que ella sepa que las sombras han regresado, y les da la mano, como un hijo se la daría a su padre.
Antes de desaparecer de la mano de las sombras, su cara se vuelve para que ella pueda ver su sonrisa reflejando la poca luz que queda.

<<No tengas miedo.>>

Y hasta las sombras se quedan en silencio.

<<Quizás no sea malo; igual sólo le gusta el sonido de la cabeza de un niño al ser aplastada. Es sólo un tipo de arte que la gente no entiende.>>

CRACH.
CRACH.
CRACH.

Al fondo del pasillo se ve un resplandor anaranjado, como si en alguna habitación se escondiese el fuego de una fragua. Y al contraste con aquella luz cambiante, ve gotear la sangre cuando las sombras se acercan.

Antes de que lleguen, ya se ha levantado. No tengas miedo. Le tiende la mano.

<<¿Eres malo?>>

Pero ya no reconoce su propia voz. Los sonidos se le antojan más inciertos a medida que se aleja de la ranura que da al exterior, y no logra comprender la respuesta de las sombras.

Ya no puede oír, pero sí puede sentir, y lo siente con cada fibra de su ser.

Crach.

viernes, 11 de enero de 2013

Menos siete

Me he enamorado de nadie.

Te busqué por todas partes. Te encontré en Italia y la recorrí sin ti. Me diste la mano en Venecia y no la soltaste hasta llegar a Chicago, pero no estabas allí. Te he soñado en Roma, al son de esa canción que oyen los cuerdos. Te he llorado desde la ventana de un hotel de París. Fuiste mi secreto intercambiado en York, y una confusión en Dublín. Te perdí en Estados Unidos y ya no sé si te recuperé. Te abracé aquella noche, frente a Notre Dame, sin estar contigo.

Me he enamorado de nada.

Has tenido mil caras, mil almas. Y ya no sé contar las noches que has venido a mi ventana, a cortar el ruido del mar y enseñarme la luz de las cosas. Fuiste una niña que incendió el mar de oro. Fuiste un chico inocente, con demasiado corazón. Fuiste la cara de una diosa que bailaba a ritmo de rock. Fuiste aquel que sonreía para iluminar mis noches. Y ahora no tienes cara, ahora ya nunca estás.

La intención es lo que cuenta.