domingo, 8 de enero de 2012

Dolls stuff

Pasaba las horas mirando la calle desde su ventana. Día tras día, decenas de niños salían a correr, a jugar; trepaban torpemente a los árboles del parque, perseguían a los perros callejeros y jugaban a la pelota. Niños grandes y pequeños, de todas las familias y condiciones, niños como él; casi como él.
Cada noche se soñaba a sí mismo, al día siguiente, jugando con los demás; y cada mañana, al despertar, el espacio que debía haber ocupado su pierna izquierda le recordaba que él sólo era casi como todos los demás.
Podría haber salido con ellos, antes solía hacerlo, hasta que se cansó de las miradas descaradas, de los comentarios susurrados. Se cansó de ser siempre el árbitro del partido y el juez de las carreras; de ser quien cuidaba las cosas sentado en algún portal mientras el resto vivía las aventuras que luego le relataban.
Su hermana agradeció que no quisiese salir. Una preocupación menos, sin duda.
Qué poco la aguantaba... Para ella, él sólo era eso: un problema, un incordio. Lo trataba como a un bebé, si no como a una niña, y no esperaba de él más de lo que alguien esperaría de una planta de interior. Y por si fuera poco, por su último cumpleaños, apenas dos días atrás, le había regalado una muñeca de trapo.
La muñeca le miraba con su sonrisa idiota desde la estantería que había frente a su cama, sin culpa de haber sido regalada a un niño, pero con todo el odio clavado en su inerte ser. Cada vez que se enfadaba, que no soportaba más su encierro, a su familia, era aquella estúpida muñeca quien recibía los puñetazos y los mordiscos... Siempre con aquella inconsciente sonrisa, como si sólo pudiese alegrarse por no recibir además, patadas.
Puede que hasta la muñeca estuviese harta -pensó en un alarde de infantil inocencia cuando una noche, antes de irse a dormir, vio que uno de sus bracitos de trapo estaba a punto de desprenderse. No consiguió arreglarlo, nunca se le había dado bien coser, y muy a su pesar, tuvo que aguantar las risas de su hermana cuando le pidió que la remendase.
Sin embargo, cuando despertó a la mañana siguiente, la muñeca estaba en su cama, junto a él, mirándolo con su misma sonrisa idiota de siempre. Y aunque siguió cobrándose la peor parte de sus desilusiones, al menos desde entonces, la muñeca dormía a su lado.
Pero llegó el día en que la muñeca no pudo más, y dejó de sonreír. O quizás fuese que él había matado a golpes todos sus desengaños.
Aunque hay quien asegura que no tuvo nada que ver con eso, sino más bien con una muñeca nueva, una que su hermana dejó a escondidas una noche en su habitación, a bien seguro para reírse de él, pero que no logró el efecto deseado.
Porque quien tiene una muñeca sucia y rota a la que poder culpar cuando todo va mal, nunca elegirá dormir con ella, que le recuerda cada noche lo que quiere ser borrado, sino con la pequeña muñeca nueva, que cada noche lo abraza antes de dormir, para recordarle que ella no puede ser golpeada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario