sábado, 21 de enero de 2012

Sombras.

Cinco años llevo vistiendo el luto. Y son tantas las cosas que mueren cada día que incluso cinco me parecen pocos. No hablo de las personas que fallecen, claro está, pues el hombre como organismo vivo en sí es la menos importante de las huellas que dejamos a nuestro paso, aun considerando la maravillosa máquina biológica que nuestros cuerpos representan. La vida es, sin duda, la más destructiva de las creaciones del hombre.

Y es por eso por lo que visto el luto, por todas las cosas que nuestra mera existencia destruye cada día, aunque hayamos sido nosotros mismos quienes, en su momento, las creásemos.

Somos un producto de la locura desatada de la evolución -como tantas otras criaturas lo fueron antes que nosotros. No somos capaces de comprendernos a nosotros mismos, y pese a ello hemos traído a este mundo la comprensión; un desarrollo tecnológico inimaginable, complejidad científica, del pensamiento y emocional. Hemos creado una cantidad de información imposible de recopilar y almacenar íntegramente. Y a pesar de todo, lo que mejor se nos da hacer, lo que más fácil nos resulta, es precisamente destruir nuestros logros. Destruirnos a nosotros mismos.

Y la destrucción del arte que supone la humanidad en sí misma, sólo merece las sombras.


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