Me gustaba pensar que tarde o temprano, regresarías. Que el destino me llevaría a tu puerta o que, tal vez, algún día te acordarías de mí y te darías cuenta de que en algún rincón recóndito en tu interior, tú también me habías estado echando de menos.
Sin embargo, las ausencias afiladas fueron rasgando mi piel, poco a poco, hasta romperme por completo.
Huí a refugiarme en el mar, donde todo había empezado, pero allí ya no quedaba nada, y regresé a la orilla dejándome llevar por las olas, que con la resaca arrastraron la sangre invisible. Y a ti.
Se llevaron la culpa y las lágrimas derramadas sobre una almohada tejida con falsas esperanzas.
Y cada noche, cuando golpeo el espejo que olvidó tu reflejo, son tus manos las que sangran, y no las mías.
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