jueves, 14 de octubre de 2010

Writhe

Llovía. Llovía a mares.
Por los lados de la carretera descendía el agua en inmensos torrentes, y la tormenta no parecía tener intención de arreciar.
Sin embargo, pidió al taxista que parase dos manzanas antes de llegar a casa, y le pagó en billetes pequeños, atados con un lazo rojo. Cuando se los dio, su sonrisa arañaba el infinito.
La lluvia la iba empapando, de dentro hacia fuera. No importaba; caminaba despacio, arrastrando un paraguas cerrado que cada vez pesaba más.
Se detuvo ante la puerta blanca: un río se cruzaba en su camino. Miró apenada a sus zapatos, sus flamantes tacones del color verde del mar. Los cogió con toda la delicadeza del mundo, no quería estropearlos... y los lanzó tan lejos como pudo. Que los estropease otro.
Se adentró en el río de agua oscura. Metió los pies, uno tras otro, con premeditada lentitud. Y dejó que las medias absorbiesen el líquido, sintiéndolo ascender por sus piernas, cada vez más.
Pero de repente, el río se secó. Sólo quedaba ella, mirando de frente a la puerta blanca. Y la tormenta.
Se quitó la chaqueta y dejó el pelo empapado caer sobre sus hombros, serpentear por su espalda, hacerla cosquillas... No quería entrar.
Dentro todo estaba seco, y el aire estaba tibio, como si fuese a empezar de nuevo el verano... pero ya casi era invierno. Y en invierno por las noches, no hacía calor.
Se miró a sí misma: descalza y empapada, con los rizos de su pelo perdidos entre una maraña de recuerdos desgastados... y un vestido color verde mar.
Y en su cabeza, sólo el eco de las gotas al caer sobre la acera.
Hasta que llegó la voz:
-¿Eres tú? ¿Ya has llegado? ¡Por fin! Creí que te habría...
Un golpe seco.
Y pasos corriendo escaleras abajo, que se detuvieron de repente.
Bajo el vestido del color verde del mar, ella yacía en el suelo, en medio del recibidor.
En su mano derecha, un paraguas cerrado, lleno de agua.
En la izquierda, llevaba miguitas de olvido, que había tirado por el camino... pero los pájaros se las habían comido, y la lluvia había borrado sus huellas.
A su alrededor, un mar oscuro invadía la moqueta.
Estaba empapada.
Y sonreía, aún con los ojos cerrados.
Pero también lloraba...

...o tal vez no. Tal vez sólo fuese la lluvia.



Abrazos saladitos :)

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