miércoles, 6 de octubre de 2010

¡Chof!

Lúa adoraba nadar en el mar, desde que era pequeña. Dejarse llevar por las olas, perseguir a aquellos pequeños peces que siempre se le escapaban entre los dedos en el último momento.
Cuando salía del agua se sentía extraña; casi no sabía cómo andar con sus propios pies.
En realidad, habría deseado no tener que andar, poder quedarse a vivir en el mar para siempre, hasta que le saliesen branquias y lentamente -al menos así creía que ocurriría- una bonita cola de sirena. Y nunca tendría que volver a andar.
Pero había una cosa que deseaba aún más que poder nadar eternamente: poder volar.
Lúa era una niña que quería volar sin alas.
La primera vez que subió a un avión, casi no se tenía en sí por la emoción ¡aquello era increíble! ojalá pudiese hacerlo cada día.
Pero no podía. Porque sólo era una niña; y las niñas no pueden pilotar aviones.
Entonces lo tuvo claro: había otra forma de volar. Subiendo alto, muy alto.
Y subió tan alto que las nubes se tragaron el suelo.
Y a su espalda se abrieron las alas que nunca había visto, pero que sabía que estaban allí ¡porque tenían que estar!
Saltó del rascacielos sin pensarlo ni un segundo más.
El viento en su cara, fresco, casi haciéndola llorar. Aquella sensación de vértigo, de velocidad infinita.
Por primera vez, Lúa se sintió libre, se sentía una más con el Universo. Aquel era su lugar.
Y a medio camino entre el cielo y la tierra, abrió sus brillantes alas y se dejó llevar por el viento.
Ya nada podría detenerla.

...La enterraron al día siguiente, a las cuatro de la tarde.
Al parecer, el suelo sí fue capaz de detenerla
¿Quién sabe dónde habría llegado si no?

A sus padres les apenó su muerte sobremanera.
Porque había muerto su hija, su pequeña Lúa...
Y porque tuvieron que comprar un ataúd enorme para poder guardar sus alas.


Abrazos supercalifragilísticos ^^

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