lunes, 14 de mayo de 2012

Inducción al suicidio en Do Menor.

A veces la felicidad la trae el viento...


La primera vez que la vi, arrastraba, a deshora, su sonrisa por un callejón de extrarradio.


...pero otras veces, hay que arrancársela a la vida a dentelladas.

Toda una dama de los soportales, me dijeron. Una niña con la que sólo un idiota querría jugar. Y por lo que me contaron, la ciudad estaba llena de idiotas.

No sé qué fue lo que vi la primera vez que te vi. Nada bueno, supongo. Para entonces ya había olvidado que puede haber gente buena.

Me tildaron de descreído e insensato. Pero supongo que en el fondo, siempre fui sólo un idiota más.

Sólo sé que poco después de ti, siguiendo tus revueltos pasos, llegaron las tardes interminables, los abrazos y las sonrisas que, sin tú saberlo, me robabas.

Para mí eras la reina de todo cuanto yo ansiaba conocer. El tipo de mujer que cuanto más abajo te arrastra, más logra brillar. La princesa que rompía la tranquilidad bajo las ventanas.

Y yo sólo era una bala perdida que, a su paso, dejaba un reguero de la sangre de quienes se tropezaban conmigo. Y cuanto más profundo era el tropiezo, más sangraban las heridas.


Pero no podía perderte. Te ansiaba, te necesitaba. 

Quería tocarte, pero no podía. Porque si te tocaba, tarde o temprano, la bala se dispararía de nuevo, y era seguro que alguien saldría herido.

Aprendí a bailar tu vals, me dejé guiar por tus pasos y, con el tiempo, encontré una brecha de sinceridad bajo capas de rímel y vestidos ajustados.


A esas alturas ya conocía todas las salas de urgencias de los corazones ebrios. Y me negaba a dejar que un sentimiento de mentiras guiase tu latir.


Te seguí a deshora y con deshonra hasta el fin de la noche que, descubrí, se ocultaba entre tus labios. Que brillaba con tu luz.


Trajiste a mi mundo la luz que me hizo ver a mi alrededor un fuego incendiario. Aquel deseo desesperado de no volver a sentir.


Encontré en tu piel las joyas que como princesa prometías, y las tímidas promesas que hacías como mujer. Y aún más lejos, encontré tus abrazos agitados; tus silencios de niña rota.


Intenté escapar de todo, mientras en silencio tú me atabas a tu mirada con lazos invisibles.


Pero también encontré el secreto de tu melodía silenciosa, que aún cuando estabas a mi lado, te alejaba de mí.


No sé cómo, aprendiste a quererme. De alguna forma que aún no comprendo, lograste ver más allá de mi reflejo en el espejo desgastado que solía vestir.


Quizás fue una estupidez intentar escucharla. Era sólo tu canción. 


Y, por algún motivo, no me importó. Rompiste mi coraza y mis murallas, y jamás me importó... Porque las habías roto tú.


Era aquella, la de la libertad, tu melodía.


Hasta aquel punto de no retorno, que trajo consigo la consciencia, de que debía alejarte de mí.


La que nos llevó a ganarle la batalla al miedo...


Aquel día en el que, al volverme a ver, no supiste sonreír.


...La que hace que, aunque te fueses, aún sigas siendo un poco mía.



2 comentarios:

  1. Precioso.
    Es una historia contada de otra forma, muy original y que además te hace ver los sentimientos de ambos y te hace partícipe de ellos.

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