sábado, 26 de mayo de 2012

De cómo mueren las flores y otros secretos de 3ª planta (-VIII)

Un reguero de sangre me hizo elevar la mirada del suelo al sofá. allí, por supuesto, estaba Marlene. Sobre mi horrenda tapicería color marfil, su cuerpo, cubierto apenas por una camiseta ancha, liberaba sangre a borbotones desde una infinidad de heridas, pequeños cortes, que quedaban ocultos a mi vista bajo una cubierta carmín, delatándose sólo por el fluir espeso del líquido.
El creador de tan dantesca escena -y si no creador, llamémoslo ejecutor- permanecía aferrado por su mano derecha. Reconocí el cuchillo con el que, algunos días antes, ella había jugado a deformar reflejos.
Con la otra mano, se sujetaba el muslo, manteniendo la piel tensa para que el corte fuese limpio.


No recuerdo bien qué fue lo que le dije, pero supongo que la situación no me alarmó todo lo que merecía; no recuerdo haber estado nerviosa, ni sentir tensión, sino más bien una turbia confusión.
Su respuesta se entrecortaba al compás de las lágrimas que recorrían su rostro.

"Hay que liberarlo, Eloise. Liberar al mal.
El mal está aquí -se llevó una mano al pecho, quizás señalando su corazón, o quizás al hueco vacío-, y si no dejo que se marche por mis venas, buscará salida en mis palabras.
No puedo dejar que el mal crezca; no..."

Me senté a su lado en el sofá, sin atender a la sangre que lo cubría y que me manchaba ahora a mí, y conseguí retener su mano antes de que finalizase un nuevo corte.

Marlene, el mal no puede ser libre. 
El mal forma parte de nosotros; siempre. Sólo puedes decidir si mostrarlo o mantenerlo oculto a los demás, pero hagas lo que hagas, siempre estará ahí.
El mal es siempre parte de uno mismo; una parte tan real y tan grande como tú y como yo...
...Y nadie puede librarse de sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario