sábado, 2 de junio de 2012

Los dioses de mentira.

Te deslizaste bajo mis sueños como un pedacito de alma invisible, para quedarte sentado a mi lado, mirándome. Supe que ahí había algo, pero yo nunca he sabido ver lo invisible... Y me marché.

Eché a correr, cuesta arriba, detrás de los cientos de cosas que quería alcanzar, aunque sabía que todas corrían más que yo. Abracé cuerpos y mentes, tratando de encontrar la felicidad entre un montón de gente para quienes yo era lo invisible.

Regué con mis lágrimas el camino, haciéndote resbalar al seguirme, pero a pesar de todo, me alcanzaste.


Y mientras yo miraba, con la vista clavada en el horizonte, cómo todos se marchaban -como había hecho yo, dejando atrás lo invisible, persiguiendo una luz imaginada- tú llegaste junto a mí. Y sin decir nada, te sentaste a mi vera y me secaste más lágrimas. Me susurraste al oído lo poco que todos quienes me abandonaban merecían la pena. Y aunque invisible, te pude ver.

"Inmortal", me susurrabas.

Desde lejos intentabas alcanzarme, y me prometías que jamás dejarías que me volviesen a hacer daño.

Y sin embargo, cuando volvió la luz, tú seguías siendo invisible, inalcanzable.

"Inmortal".

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