domingo, 4 de julio de 2010

Remiendos

Tenía los ojos de color azul.
Del color azul de los sueños.
La gente perdía la mirada en aquellos mares que tenía encerrados. Siempre se sintió feliz de poder hacer sonreír a la gente. Sonrisas de color ámbar que complementaban sus ojos.
Pero aquello no era suficiente. Se dio cuenta de que, cuando sus ojos se cerraban, la gente seguía andando y olvidaba sus sonrisas.
Con el tiempo, se fueron construyendo a su alrededor caminos de sonrisas perdidas. Sonrisas que, de repente, caían al suelo y eran olvidadas. Sonrisas abandonadas que nadie echaba de menos. Porque eran sólo eso, sonrisas.
Pero su mundo estaba cubierto de ellas. Sonrisas que un día brillaban con luz ambarina, pero que el tiempo y el olvido habían hecho desteñirse. Era horrible ver cómo las sonrisas perdían su color.
Así que un día decidió borrar los caminos de sonrisas muertas. Decidió sujetarlas a los rostros que les daban la vida. ¡No podían caer y ser olvidadas!
Entonces se armó como pudo, y cargada de aguja e hilo, salió a la caza de sonrisas efímeras.
Niños, jóvenes, ancianos... daba igual. Daba igual la raza, el idioma, el color de la piel. Todos creaban aquellas hermosas sonrisas con luz propia ¡dispuestos a dejarlas caer y perderse! No podía permitirlo.
Con cuidado, uno a uno, fue tomando sus rostros entre las manos, y con infinita paciencia cosía las sonrisas a su piel.
No siempre era fácil.
Había quien no sonreía tan rápido, había quien reforzaba su piel para hacerle más difícil coser, incluso a veces el hilo se rompía, se le escapaba entre los dedos, y tenía que volver a empezar de cero. Pero no desistió. Cosió todas las sonrisas que pudo, sosteniendo un extremo de cada hilo entre sus manos, para darse cuenta siempre si alguna sonrisa debía ser reparada.
Por mucho que se alejase la gente, estaban cosidos con hilo y sonrisas a la chica de los ojos del color de los sueños.
Pero con el tiempo, los hilos se fueron desgastando. Muchos se rompieron, y la costurera de sonrisas no podía remendarlos todos antes de que desapareciesen.
Aquello la quemaba por dentro ¿Si ella, creadora y costurera, no podía cuidar de las sonrisas, qué sería de ellas? Se imaginaba aquellas frágiles sonrisas ambarinas, que con tanto mimo había cosido, cayendo al suelo, pisoteadas por la gente que no podía ver su brillo.
Y se esmeró más en su trabajo. Cosió más sonrisas, remendó sus errores e incluso buscó las sonrisas perdidas.
Pero pasado algún tiempo, descubrió que aquello no era suficiente.
Cuando volvía a encontrarse con las primeras sonrisas cosidas, no podía ver su brillo ¡estaban muriendo! Daba igual lo que hiciese, las sonrisas volvían a ella decrépitas y oscuras, habiendo olvidado el color de sus ojos. Tapando las sonrisas no nacidas, volvían a ella buscando el color azul de los sueños. Buscando el amor con que un día fueron cosidas.
Pero ella ya no podía verlas. Ahora las lágrimas tapaban sus ojos de sueños.
Sus manos estaban llenas con los hilos que sujetaban infinidad de sonrisas. Sonrisas que no se podían perder. Y con las manos llenas no podía curar a las sonrisas moribundas.
No podía moverse, y las sonrisas se alejaban. No podía verlas a través de sus lágrimas.
Y entonces llegó el dolor.
Los hilos tiraban cada vez más de ella ¡en tantas direcciones...! No podía seguirlos. Se tensaron, arañando sus manos. ¡Sus dedos! Los hilos de las sonrisas que escapaban la cortaban.
La sangre caía a borbotones a su alrededor, y la costurera de sonrisas, cegada por las lágrimas, no podía hacer nada ¡Nada!
Sólo sentir las sonrisas marchitas cayendo a su alrededor, como tanto había temido.
Y todas las demás, se alejaban de ella para caer en el olvido, llevándose sus hilos manchados de sangre.
Y entre sonrisas sangre y lágrimas, la costurera cayó.
Los pocos hilos que aún quedaban en sus manos regresaron, con sonrisas dispuestas a morir.
Pues ya no había ninguna costurera que las sanase.

Cuando las lágrimas cesaron, aparecieron bajo ellas los ojos del color azul de los sueños.
La costurera de sonrisas quedó tendida en la calle.
Las sonrisas que un día creó, todas las que cosió con amor, desaparecieron y cayeron en silencio, muy lejos de ella.
Las sonrisas muertas durmieron a su lado, buscando el azul de los sueños en el firmamento, a sabiendas de que no lo encontrarían.
Ella también miraba al cielo, pero no veía nada.
A veces, la gente pasaba a su alrededor, pisando sin darse cuenta aquel mar de sonrisas, sangre y lágrimas.
Y cuando esa gente veía sus ojos, no veía que estaban muertos.
Sólo veían el color azul de los sueños.
Y sonreían.
Para poco después dejar caer sus sonrisas.
Enterrarlas en el olvido.

Como habían hecho con la costurera, la de los ojos del color azul de los sueños.

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