jueves, 9 de agosto de 2012

¿Fumas?


Ella se sienta ante el cielo rojizo. Abre el paquete de cigarrillos y hace con el plástico transparente una bola que va a parar al suelo, casi rozando la papelera. Saca un cigarrillo y lo enciende, como ha visto hacer mil veces. Tose una vez. Dos.
«Tampoco es tan difícil».
Espira con fuerza hasta que todo el humo ha salido de su cuerpo. Aspira de nuevo a través del cigarrillo y vuelve a toser; esta vez deja al humo salir lentamente, mientras su brazo, apoyado en las rodillas, adquiere la pose de cansancio de quien ha llevado un peso a la espalda durante mucho tiempo, con la única recompensa de un tenso dolor entre los riñones.
Dos caladas después, el chico sin sombra aparece a su lado.
‒ Pensaba que no fumabas.
‒ No fumo ‒, afirma ella mientras el humo pálido se escapa entre sus labios.
Él se sienta a su lado. Muy cerca. Muy lejos.
‒ ¿Va todo bien?
‒ ¿Sabes? En realidad me gusta tener que venir a clase de nuevo. Es como volver a casa después de mucho tiempo.
Una sonrisa sin sombra que sólo ve de reojo.
Ella le tiende el cigarro, ofreciéndoselo, esperando sólo a que él lo rechace, y cuando lo hace, tira el resto –el cigarrillo apenas estrenado‒ a la acera ante ellos.
‒ Odio el tabaco ‒, dice entre dientes mientras se ensaña en aplastarlo. No es necesario: ambos lo saben.
‒ Vamos a casa ‒, sonríe el chico sin sombra.
Y ella le sigue de nuevo a clase, olvidando sobre la acera un paquete de tabaco apenas abierto.

El chico sin sombra se sienta a su lado. Raro. Por gestos le pide que le deje su antebrazo para escribir algo, y eso lo explica todo.
Ella asiente con la cabeza y le pide el antebrazo a él:
«GRACIAS».
A su derecha, el chico de fuego, el que sí tiene sombra, observa la escena extrañado. Raro.  Y mientras comienza la clase, le pide ver su antebrazo.
‒ ¿Su número de teléfono?
Ella asiente con la cabeza, sin evitar levantar una ceja como muestra de lo obvio de la respuesta.
‒ Creía que ya lo tenías.
Y ella aparta al fin la mirada del profesor, para dirigirla a su derecha.
‒ Por supuesto que lo tenía ‒, aparta la mirada.
Obvio.


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